viernes, 25 de marzo de 2022

La señora March

 


1. Si esto es una novela...

2. A medida que voy avanzando en la lectura va cogiendo fuerza la impresión de que estoy asistiendo a un experimento mental llamado novela. 

3. Se toma al pie de la letra aquello de ‘cultiva los detalles’. Al exhibir su capacidad de observación, convierte en disfuncional el detallismo.

4. Como el contexto lo sitúa en Nueva York, y en una época indeterminada, no tenemos por qué pedirle cuentas de los detalles. Aunque, por fin, se decide y sitúa la escena final entre los 50 y 60: en la tele están emitiendo The Lawrence Welk Show

5. Los personajes que salpican la novela son proyectos ideas rasgos, la propia señora March, protagonista absoluta, lo es, una idea de personaje. Dice, por ejemplo, del hijo de la señora March: "Jonathan parecía haber brotado él mismo, ya formado, sin compartir material genético de ninguno de sus progenitores". Recorren la novela como fantasmas, George, Gabriella, Marta la criada, Jonathan el hijo, Lisa la hermana, Sylvia Gibbler, el más fantasmal de todos. Apenas conocemos algo más que un nombre y si están implicados en un hecho no son más que un sintagma adjetival. Apenas funcionan como conectores en los pensamientos de March.

6. La señora March es una novela imaginada, pues. Una idea.

7. Lo mejor, que deja que la mente del lector trabaje a partir de sugerencias: el problema es que el recorrido no lleva a ningún sitio.

8. El capítulo 14 dedicado a la infancia de la señora March, se ve como un inserto pegado a posteriori para explicar algunas cosas

9. Sobre la historia. ¿Deberíamos tomarnos en serio una novela como esta más allá de artefacto de márquetin? Una de dos, o la señora March, la prota, sufre un trastorno psiquiátrico y entonces no es tema de novela o bien la historia se reduce a un problema de adulterio, algo que no puede estar en el orden del día de un novelista del siglo XXI.


Extractos


Sus pensamientos se adherían al interior de su cráneo pese a la fuerza con que tiraba de ellos, como si hubiesen quedado atrapados en alquitrán.


Se quitó el abrigo y los guantes como si se desprendiera de una armadura... pisando con cuidado por el parquet, siempre dispuesto a delatar su presencia con sus crujidos


El reloj de pie del recibidor hacía ruiditos de desaprobación, como una especie de juez victoriano con peluca que chascara la lengua; al dar las horas, parecía que el juez agitase la campana de la entrada del tribunal.


Vio a un hombre rondando cerca de la valla. Sabía muy bien a qué se dedicaban los hombres que merodeaban cerca de parques y colegios. Su madre le había advertido a una edad muy temprana (antes de enviarla a confesarse por primera vez, cuando tenía nueve años) que nunca debía confiar plenamente en ningún hombre. "¿Y en papa?"... "Jamás bajes la guardia".


Al pasar por delante de una librería de Madison , miró con desprecio los carros llenos de ejemplares de obras anteriores de George que había junto a la entrada, cuyas páginas se abrían como las piernas de una prostituta que les hace señas a potenciales clientes.


Una de las personas más amables que he conocido [Sylvia]. Era de esas personas que regalan conservas y ropa vieja a los desfavorecidos. Y no solo en Navidad.


Quizá sorbiese el malestar del ambiente, como una abeja que sorbe el rocío de un pétalo.


—Es que no entiendo por qué pasas tanto tiempo con una persona que disfruta matando. La caza es un deporte cruel.

—Lo sé, sé cómo te sientes, y lo entiendo. Puede parecer salvaje e innecesario, el colmo del complejo de superioridad.






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