martes, 22 de marzo de 2022

El asalto de la historia

 



Saliendo de Mercadona, con la bolsa de la compra en la mano, me sorprende el resorte que salta en mí cuando oigo a una chica con marcado acento argentino quejarse a través del móvil de un asunto laboral, las horas de más que le piden a cambio de su salario. No me da tiempo a que se formule la idea en mi mente porque antes la reprimo (educación y cultura son en buena parte represión). Algo así como, ‘Eres Argentina, estás aquí invitada, no te quejes que otros están en peores condiciones que tú, y son españoles’.


Lo que ahora mismo nos absorbe con tanta tensión es la pelea a muerte entre dos formas de vivir el mundo. El pasado que reclama el pago de una deuda y el deseo de vivir en el futuro. Rusos y ucranianos. Ya antes de que comenzase la guerra había encuestas que señalaban que el 20% de la población rusa y la mitad de sus jóvenes quería marcharse del país. El misil que destrozó ayer un centro comercial en el centro de Kiev era el pasado tratando de destruir esa esperanza. Quizá no haya en el mundo poblaciones tan semejantes como la rusa y la ucraniana, comparten el idioma y buena parte de su historia, pero una está atascada en el mito de la reconstrucción de la gloria imperial gran rusa, mientras la otra pone los ojos en la vida que se vive en Occidente. Putin acarrea del pasado armas de destrucción para ajustar las fronteras a su mito, Zelenski les dice a los suyos que no cejen, que su incorporación a la idea inmaterial de Europa está más cerca de lo que imaginan.




Los ucranianos que ayer murieron junto a las galerías comerciales de Kiev estaban, como la chica argentina de esta mañana, en el espacio mental que Europa representa. Esta chica ha dejado atrás los frenos del peronismo, como lo hacen los venezolanos que llegan huyendo de Maduro o los cubanos y su socialismo decimonónico, o los subsaharianos o marroquíes que han visto en las pantallas de la tele el esplendor de Europa al que quieren incorporarse, el mismo al que aspiraban los cadáveres que ahora yacen cubiertos junto al H & M. Cada uno de ellos si hubiesen visto futuro en sus países allí se habrían quedado; no vienen a integrarse al imperio español o a ensalzar la gloria de Roma, a la Inglaterra que dominaba los mares o al Napoleón que quiso conquistar Rusia, la historia les es indiferente, como es una rémora para un español de ahora sentirse compatriota de Juana la Loca o de Colón, pues nuestra patria de ahora es sentirnos libres e iguales y hacer de nuestras vidas lo que nos plazca, dentro de lo posible. La chica argentina, el nigeriano que extiende su manta en el paseo marítimo, el peruano que canta en la plaza, el italiano que prefiere vivir en Barcelona, Zelenski que quiere extender este modo de vida a Ucrania son nuestros compatriotas.


No todos los que quieren pueden, algunos ni saben que su vida podría ser diferente. No todos caben en el espacio físico de Europa. Hay que establecer reglas y tener paciencia. El mundo sigue siendo un lugar peligroso: el pasado nos acosa, nuestro modo de vivir exige ciertos sacrificios.



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