Se ven imágenes impactantes en China estos días: la entera ciudad de Shanghái (26 millones) cerrada y vacía, trabajadores vestidos como astronautas soldando puertas de edificios, tras protestas violentas en Shenzhen, para que la gente no salga a protestar, supermercados desabastecidos tras el anuncio del cierre, la mayoría de ancianos sin vacunar, hospitales de campaña para los contagiados en condiciones deplorables, robots por las avenidas vacías que piden a la población permanecer en casa, plantas de industrias reconvertidas en hospitales.
Primero, China jodió al mundo retrasando la información sobre la peligrosidad de un nuevo virus que había salido de un laboratorio de Wuhan. Aún se niega a una investigación internacional y objetiva de lo que sucedió en Wuhan. Ahora su población paga de modo catastrófico las consecuencias de una política de covid zero, que se ha demostrado equivocada. Pero aún no ha acabado el daño que puede hacer un sistema colectivista sin controles democráticos, como de hecho lo está haciendo el poscomunista Putin.
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