viernes, 11 de febrero de 2022

Madres paralelas // El buen patrón

 


Ahora que llegan los Goya. En Madres paralelas hay una historia central que capta la atención. Dos mujeres se conocen en el hospital cuando van a parir. Con el tiempo se darán cuenta de que sus hijas han sido intercambiadas. Una es una joven madre soltera cuya hija es fruto de una violación, una violación múltiple. La otra también es madre soltera, conoce quién es el padre, pero su hija es fruto de la voluntad. La historia está bien trabada y, en general, bien interpretada. El espectador se interesa por lo que sucede, presenta problemas propios de nuestra época con los que podemos identificarnos.


El artificio, sin embargo, se hace presente cuando hay diálogos sostenidos o largos parlamentos. Los actores se muestran constreñidos por un guion medido hasta el último detalle, salvo en el caso de Penélope Cruz que puede con todo, incluso con frases nada fáciles que le hacen decir, como que su madre murió a los 27 años de una sobredosis, como Janis Joplin, por los mismos años. El problema principal es que no sabe gestionar la espontaneidad que determinadas escenas requieren. Por poner un ejemplo, la escena de cama entre las dos mujeres, tan teatralizada, sin que se haya visto una progresión en el enamoramiento, todo sucede de golpe sin transición.


Lo peor es lo no integrado dentro de la historia principal que se ve como un pegote, las referencias políticas al presente: la ley de memoria histórica, incluida una referencia directa a Rajoy; "Hasta que no hayamos enterrado a todos los muertos de las cunetas no habrá terminado la guerra", le hacen decir a un personaje; un amor lésbico y una insinuación final de un poliamor, y las declaraciones de pertenencia a partidos que hacen algunos personajes. Al presentar ante la mirada del espectador esos hechos externos a la historia nuclear, la mirada de este deja de ser limpia, se vuelve prejuiciada. Cualquier relato de ficción exige la ingenuidad en la mirada del espectador para que funcione la verosimilitud. En la secuencia del pueblo manchego donde van a desenterrar a los muertos de la guerra, una mujer recuerda a uno de los enterrados que, reconoce, no llegó a conocer: "Llevaba albarcas cuando se lo llevaron, no le dio tiempo a cambiarse de zapatos".


Una puesta en escena tan meticulosa, tan detallista, donde todo parece estar programado y planificado, lleva a frías escenas de cama, a diálogos sin un mínimo de espontaneidad, carentes de verosimilitud. Ese encorsetamiento se nota en los actores: no todos tienen la capacidad animal de Penélope Cruz de ser auténticos en cada escena. La secuencia final en el pueblo donde se procede a la apertura de una fosa no solo se ve como innecesaria para el funcionamiento de la historia, sino que rompe el encantamiento que toda ficción necesita para dar credibilidad a lo que se está contando.




El buen patrón


Como en esas películas francesas que bajo capa de comedia buscan la sonrisa cómplice para ir revelando en un in crescendo el drama que ocultan y que al final explota, en El buen patrón los sucesivos conflictos a que tiene que hacer frente el protagonista acabarán en un estallido que pone en evidencia su moral utilitaria. Javier Bardem representa un tipo de empresario medio, que todos hemos conocido alguna vez, para quien la empresa es una especie de comunidad familiar en la que todos se conocen y mantienen relaciones paternales o fraternas. El empresario les pide a sus trabajadores que le cuenten sus problemas, siempre dispuesto a echarles una mano. Entre bromas y veras vamos conociendo qué se oculta bajo la bonhomía del buen patrón: el abuso de su posición de poder para seducir becarias, la falsa amistad o amistad interesada desde la infancia con uno de sus trabajadores, una disposición al diálogo para resolver conflictos que no es tal. Llevados al límite cada uno de los conflictos, todos juntos estallarán en una traca final.


Es pues un guion inteligente que mediante el humor lleva al espectador a las conclusiones que el guionista y director pretende. Contribuye a la verosimilitud de lo que ocurre el que los diálogos y las situaciones den la impresión de improvisación, como si estuviésemos asistiendo a una charla en tiempo real, en la que los actores no han memorizado sus parlamentos sino que los generan en el escenario. También un descuido buscado en la concepción de los escenarios y los cortes de montaje. La película además de un guion tan bien armado descansa en la absorbente interpretación de Javier Bardem. Bardem, protagonista absoluto, compone un personaje lejos de la caricatura. Una auténtica creación. Creo que es su mejor obra hasta el momento, muy por encima del papel por el que ha sido nominado a los Óscar en Being the Ricardos.








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