miércoles, 2 de febrero de 2022

La Valencia de ‘Noruega’

 



He dedicado el día a buscar por el centro de Valencia las calles y los hitos que señala Rafa Lahuerta en su Noruega. He visto los nombres de las calles, la del Trench, Assaonaors, Gigante, la plaça Redona, pero nada de lo recordado o imaginado y descrito por Lahuerta he visto, nada del olor, sabores, calores y humedades que ambientan su memoria novelada. Claro que han pasado 40 años desde la época a la que se refiere. He visto una Valencia desnaturalizada, si es que el espíritu verdadero es el que Rafa Lahuerta describe. Nada de la Valencia de Rafa Lahuerta, salvo nombres. Al final, todas las ciudades históricas se parecen, pues todas las restauraciones llevan el mismo sello, con la misma o parecida población flotante, reducidas a parques visitables. Bien para sus vecinos; mal para la historia, una puta siempre dispuesta para el mejor postor. En la sorda pelea entre vecinos y restauradores, entre los pequeños Rafalahuerta que algún día la describirán o la filmarán a su modo, pues de modo diferente vivirá cada uno su infancia y juventud, y los guías oficiales que enseñan a los turistas lo que ellos se imaginan que alguna vez existió, o han aprendido o les han dicho que digan, una ciudad monumental cada vez reinventada, al final, como vimos en la Pompeya preservada por la lava, los primeros tienen las de ganar. La vida se abre paso, nadie la tuerce por mucho tiempo. Los museos las iglesias los puentes y las torres, los trozos de las viejas murallas conservados, pirotecnia, nada más que pirotecnia. Tienes razón Rafa Lahuerta en añorar la ciudad fluvial perdida. La racionalidad que guía a los ediles esta vez mató a un espíritu de ciudad que merecía conservarse. Podían haber construido el gran parque que ahora es el Turia pero sin exiliar al agua.



- Yo soy una persona así, soy un novio que... -le dice el chico a la chica que lleva de la mano.

- Yo es que no la trago, tiene un carácter inaguantable -le dice una chica a otra chica.

- Yo no me tiro al río por él -dice otro al pasar a un par de acompañantes.

- Se va a Ibiza este finde, ya ves tú, o a Menorca. Yo me quedo con los niños -dice una mujer, de pie, conversando con dos amigas que están comiendo en la Plaza de Manises.


Al final es lo que unas personas les hacen a otras personas lo que cuenta, lo que se cuenta y queda por un tiempo. Poner el oído es un no parar. No se habla de otra cosa, de hombres y mujeres, de la vida que llevamos.




Muchos trabajadores de origen extranjero, sudamericanos especialmente, y muchos turistas de habla inglesa, por el centro. Es difícil saber dónde reside en la actualidad lo valenciano, si existiera tal cosa. Si acaso, en los carteles en las placas que, más que conmemorar, son manifiestos que el ayuntamiento progresista ha ido clavando en las paredes, aunque me temo que esa es, todavía, una Valencia más desnaturalizada, por imaginada sin más. Al menos los paseantes actuales que van por calles limpias ordenadas racionales, una ciudad levantada en obras por doquier, están vivos comen pagan sus consumiciones hablan y van creando depósitos de vida que se irán fijando con los años. También grupos de colegiales que siguen a sus profesores. Estos les señalan viejos edificios donde alguna vez sucedió algo, pero solo ven superficies restauradas; les ofrecen una imagen limpia del pasado, una reconstrucción que responde más a nuestra época que al pasado remoto y perdido. Eso sí, la mayoría obedientes a las instrucciones del gobierno, con el inútil embozo puesto para salvarse: una tosca parodia de los viejos remedios antipeste que la Iglesia cristiana ideó en otros tiempos, no más efectivo que un escapulario.



No hay comentarios: