sábado, 1 de enero de 2022

Cutre

 

Pensamos que el futuro será más racional, la percepción más realista, no tiene por qué, pero si fuese así y mirase hacia esta época haciendo arqueología, desarchivando documentos visuales de nuestras teles, vería cómo era de reaccionaria, cómo reducía la realidad a lemas simples. Dos únicos ejemplos: violencia vicaria para hablar del asesinato de un niño; España vaciada para hablar del despoblamiento del interior peninsular.

¿Cómo pueden ser tan simples los jóvenes y guapos presentadores, tan bien vestidos, tan simpáticos y sonrientes, tan bien hablados, en medio de escenografía brillantes, coloristas, con las técnicas más avanzadas del lenguaje audiovisual? Creemos que las ideas, consejos y prácticas que inmovilizan a la sociedad se transmiten con lenguajes conservadores y antiguos, pero si miramos atrás en la historia no ha sido así. Las ideas más reaccionarias del siglo XX se transmitieron con lenguajes vanguardistas, modernos: el fascismo italiano se asoció al futurismo, los bolcheviques utilizaron el constructivismo y la poesía de vanguardia para transmitir sus consignas. El nazismo, otra forma de modernidad, supo transmitir sus ideas genocidas en los moldes del lenguaje clásico. Su mensaje caló y arrastró a buena parte de su población. ¿Por qué íbamos a ser nosotros diferentes?

Si de por sí los informativos son un constreñimiento de lo real para que quepa en los estantes de la comprensión y las expectativas, un mundo ordenado que abomina de la disrupción, hay que detenerse en los medios reaccionarios para ver cómo esa compresión se reduce hasta el absurdo. La realidad son lemas, consignas, palabras amuleto, insistencia y repetición, adornadas con tonos poéticos y emocionales: "convivimos con el virus, nos está mirando a los ojos", dice una locutora.

La racionalidad, la ciencia, los científicos están tan subsumidos en el estudio objetivo de las cosas que no piensan en convertir sus descubrimientos en espectáculo, no dan importancia al modo de presentar sus investigaciones. Son austeros, grises, apocados, porque ellos no son el objeto. Se avergüenzan si los focos caen sobre ellos. Por el contrario, los estafadores son maestros de la prestidigitación: se rodean de potentes focos que deslumbran a los espectadores, los atrapan en un círculo de luz, ciegos a la realidad verdadera que permanece en las sombras. Es difícil establecer si el público reaccionario ya estaba ahí o si ha sido conformado por las teles. En todo caso, se han adaptado mutuamente. Caben dos posibilidades, que el público por definición sea reaccionario, que siempre lo ha sido, que los usos y costumbres de la sociedad se modernicen a su pesar o que el público no exista sino al modo como se mueve la enramada de la chopera cuando el viento sopla en una u otra dirección. La realidad es compleja, enardece, tan estimulante como peligrosa, es el abrigo caliente y frío que nos envuelve, nos da la vida y nos la quita. La realidad reducida que nos ofrecen las teles cada día, es cutre, ni siquiera kitsch, cutre a secas. Alcanza la perfección el cutrerío en los programas de fin de año. Reducir la realidad, simplificarla a unos cuantos lemas sin sustancia, crea otro tipo de realidad: monstruos políticos. Ese es el peligro.



No hay comentarios: