Muchas de las buenas películas que se producen en un año se pierden, bien porque son de países o de autores que no están en la corriente principal bien porque no han encontrado productoras y distribuidoras potentes para promocionarlas. Para recuperarlas hay que bucear en las plataformas de streaming. Es el caso de la película Bosnia 'Quo vadis, Aida?'. Se puede encontrar en Movistar o en Filmin. La película convierte en protagonista a Aida una traductora que trabaja para la ONU en la pequeña ciudad de Srebrenica. Estamos en julio de 1995. El ejército serbio al mando del general Mladič ocupa el pueblo. La población atemorizada se agrupa en masa junto al cuartel de la ONU. Aida sabe lo que va a ocurrir gracias a su papel de traductora y hace lo posible por apartar a su marido y a sus dos hijos del destino que espera a la población, que no es otro que la muerte arbitraria por pertenecer a otra etnia (musulmanes entre serbios), el episodio más horrible de la guerra de Bosnia. Cerca de 9000 personas fueron masacradas.
La película se centra en la peripecia de la familia de Aida, adopta pues la narración emotiva en lugar del documental desapasionado, pero lo que importa es el contexto en el que sucede. La pasividad de la ONU y de la OTAN y de los mandos holandeses. Todo eso es conocido. También que los principales responsables han sido juzgados y encarcelados. Muchos de los que participaron en las matanzas, sin embargo, siguieran haciendo una vida normal, ocupando propiedades, negocios, apartamentos, de los ejecutados y de los expulsados o huidos, en la llamada República Srpska. Se ve en la película. También se ve algo que es lo que quiero destacar. La deshumanización con la que los que tienen la fuerza someten a quienes considera sus enemigos.
Una de las primeras en ver ese proceso fue Simone Weil. En la década de los treinta del siglo pasado vio cómo se afirmaban los regímenes totalitarios de Hitler y Stalin. Para deshumanizar a la parte de la población en la que se fijaban primero les privaron de la ciudadanía, después del alma, pues los consideraban infrahumanos, gente que no merecían ser mirados a los ojos, animales o piedras, objetos a los que se podía degradar, separar, encerrar y después matar. Una deshumanización que ha sido estudiada a fondo después de los genocidios del totalitarismo. Sin embargo se sigue aplicando en la actualidad: ha ocurrido en Ruanda, ocurrió en la guerra de Bosnia, como vemos en esta película, y sigue ocurriendo en guerras activas como en Afganistán, Siria o Sudán del Sur. También en guerras menores como sucedía con las víctimas de ETA que, para sus asesinos, no eran personas sino ‘objetivos’. La misma actitud que encontramos en los discursos de algunos líderes nacionalistas catalanes. También en los líderes de Vox con respecto a los inmigrantes.
“La fuerza que mata es una forma sumaria, grosera, de la fuerza. Cuán más variada en sus procedimientos, cuán más sorprendente en sus efectos, es la otra fuerza, la que no mata; es decir, la que no mata todavía. Sin duda matará, o matará tal vez, o está solamente suspendida sobre el ser al que a cada instante puede matar; de todos modos transforma al hombre en piedra. Del poder de transformar a un hombre en cosa haciéndole morir procede otro poder, mucho más prodigioso, el de transformar en cosa a un hombre que está vivo. Vive, tiene un alma, y es, sin embargo, una cosa. Extraño ser, una cosa que tiene un alma; extraño estado para el alma”. (Simone Weil)
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