Hasta el último momento estuvo preguntándose Simone Weil, cuál era la vía. ¿Hay un camino para la salvación del hombre? 'Salvación', pocas palabras tan connotadas. No nos hemos dejado de preguntar desde que apareció en nosotros la consciencia, sobre cómo salvar al hombre. ¿Le basta al hombre con colmar sus necesidades o tiene una aspiración superior, otro tipo de salvación? Simone Weil distinguía entre las necesidades y el bien. Si hay un grito que la definía era 'socialismo y libertad'. La aspiración a la libertad es irrenunciable, solo un hombre libre es un hombre; se podría decir que es lo que Diógenes buscaba con su candil, a un hombre libre. La condición histórica del hombre es la opresión. Mandar, liderar y, en consecuencia, oprimir parece una necesidad del hombre. Y si hay uno que manda y oprime, la debilidad del resto hace que la mayoría acepte la opresión. El socialismo aparece como la solución a ese problema que deriva de la naturaleza del hombre. La reflexión de Simone Weil, especialmente en sus últimos días de enferma de tuberculosis en Londres, estuvo orientada a dilucidar si el socialismo era la vía hacia la consecución de esa difícil libertad. En el manuscrito inconcluso que se encontró en su mesa de trabajo, cuando falleció, el 24 de agosto de 1943, un texto brillante en el que se preguntaba sobre la deriva del socialismo encarnado en la doctrina marxista, iniciaba un párrafo aparte con esta frase sin terminar: "Del mismo modo, Marx percibió una verdad, una verdad esencial como cuando comprendió que el hombre únicamente concibe la justicia si...". El pensamiento y la obra de Marx estaba impulsado por la pasión por la justicia, pero esa misma pasión, subraya Simone Weil, ensombrecía su pensamiento. La justicia es una pasión universal, los hombres se agrupan y pelean por ella, pero para conseguirla a menudo no reparan en medios y consienten injusticias en su nombre.
Simone Weil ponía su fe en la salvación inmaterial. La debilidad de los débiles les lleva a aceptar la opresión, pero hay una fuerza que surge de la debilidad, escribió en el último párrafo, antes de esa frase inconclusa, "que no es de este mundo, una fuerza sobrenatural, y que opera a la manera de lo sobrenatural, de forma decisiva pero secreta, silenciosa, bajo la apariencia de lo infinitamente pequeño; y si penetra en las masas por irradiación, no habita en ellas, sino en ciertas almas". Simone Weil escribió que esa era la fuerza de la cruz, del cristianismo. No llegó a bautizarse pero se consideraba cristiana. Y es una fuerza que no solo está en el cristianismo, también la ve en Platón y en las religiones antiguas y en el budismo y en muchas otras formas de espiritualidad. Lo que la autora pretendía salvar o sacar a flote era el reducto esencial del hombre, su dignidad, lo que le hace único y que expresa su libertad. Por eso no podía aceptar la doctrina marxista sobre la que se organizan las revoluciones socialistas porque conduce a una opresión parecida a la que pretende combatir y arruinar.
Simone Weil fue evolucionando en su corta vida -murió a los 34 años-, tan llena de acontecimientos; si de muy joven le preocupaba hasta las lágrimas la vida material de las personas,
“No sé cómo entablamos conversación; me explicó en un tono cortante que una sola cosa contaba hoy en toda la tierra: una revolución que diera de comer a todo el mundo. De manera no menos perentoria le objeté que el problema no es hacer felices a los hombres, sino encontrar un sentido a su existencia. Ella me miró fijamente. "Cómo se nota que usted nunca ha pasado hambre". Este fue el final de nuestras relaciones" (Simone de Beauvoir),
pronto comprendió, en su estudio de Marx, que el individuo debía tener una vida completa y para ello era necesaria una política que subordinase la sociedad al individuo, que eliminase la especializacación en el trabajo, la "degradante división del trabajo en trabajo intelectual y trabajo manual". Creyó que el socialismo lo podría lograr. Pero no tardó en ver que las revoluciones creaban una clase de revolucionarios profesionales que anteponían sus intereses a los de los proletarios que decían defender, subsumidos en la masa. Este libro recoge los análisis que hizo al respecto, la burocratización de las revoluciones, la opresión en la que desembocan, parecida o mayor que la que pretenden combatir.
"Desde el momento en que un partido se consolida no solo por la coordinación de acciones, sino también por la unidad de la doctrina, se vuelve imposible para un buen militante no pensar como un esclavo".
Como las soluciones que ofrecía el socialismo no le convencían buscó las fuentes del sentido de la existencia fuera de la vida material, a salvo del acceso humano, en su apuesta por aquellos que realmente le importaban 'la clase de los que no cuentan a los ojos de los demás y nunca contarán ocurra lo que ocurra'.
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