martes, 14 de diciembre de 2021

Musicales

 



"Los ojos se le ven desorbitados, tiene la boca abierta y además las alas desplegadas. Pues este aspecto deberá tener el ángel de la historia. Él ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde ante nosotros aparece una cadena de actos, el ve una única catástrofe que amontona incansablemente ruina tras ruina y se las va arrojando a los pies".


Walter Benjamín, antes de enfilar hacia la frontera de Portbou que sería su frontera final, confíó a Hannah Arendt un manuscrito, Sobre el concepto de historia, su idea sobre el tiempo la historicidad y el individuo. En él aparecía una figura poética, el ángel de la historia. Éste en lugar de mirar hacia el futuro le daba la espalda contemplando el mundo en ruinas que progresaba con él desde el pasado. Septiembre de 1940: Alemania había ocupado Francia, Benjamin no podía quedarse en la Francia de Vichy, que para empezar había sustituido el lema Libertad, Fraternidad e Igualdad por el de Trabajo, Familia y Patria, con el riesgo de ser entregado a los alemanes y verse encerrado en un campo de concentración. Parece como si el viento helado -o abrasador, según la época del año desde la que observemos- del ángel que da la espalda al futuro hubiese vuelto y nos tuviese acojonados. Salvo unos cuantos optimistas tecnológicos como Elon Musk, una humanidad asustadiza se paraliza ante un virus o echa la vista atrás, ante las amenazas reales o imaginadas, con voluntad de devolver el carbón y el petróleo a las entrañas de la tierra para amansarla. Así como Benjamin no supo mirarles a los ojos a los líderes totalitarios de entonces, y optó por una fuerte dosis de morfina, también nosotros nos arrugamos antes las bravuconadas de los machotes de ahora, un Putin y un Xi.



Quizá llevo demasiado lejos la comparación. Me hace pensar en ello unos cuantos estrenos cinematográficos recientes, musicales que buscan la gloria en el pasado como si no hubiera un mañana para la música. En The Beatles: Get Back, Peter Jackson ensambla material de archivo para mostrarnos la genialidad de los Beatles cuando estaban ensayando para el álbum Let it Be. De las ocho horas, cuatro capítulos, que dura, solo he visto las dos primeras y salvo el episodio en el que Paul McCartney crea de la nada el tema de Get Back, mientras John Lennon abre aparatosamente la boca, el resto me ha aburrido bastante. Inmejorables críticas también ha recibido The Velvet Underground el documental que Todd Haynes dedica a la famosa banda neoyorquina (que tanto me gustó). Muchas cosas de las que ha hecho Todd Haynes, musicales y melodramas, me gustan: Velvet Goldmine, Lejos del cielo, Carol, Mildred Pierce, pero de The Velvet Underground solo la primera mitad me gusta. No ha sabido explicar el final de la banda. Una lástima. La música -los años 60 y 70 que reflejan esos documentales- y el cine han sido las artes de una época que miramos con nostalgia. Lo mismo sucede si echamos un vistazo a la cartelera de los musicales en los teatros, pasado, pasado y pasado. ¿Hay un arte privilegiado en la nuestra? ¿Está agotada la creatividad? Hay dos musicales más a tener en cuenta en este 2021: Annette y la recreación de West Side Story. La película de Leos Carax es demasiado confusa y onírica como para ser representativa de algo y la de Stephen Spielberg, aún no estrenada en España, hace la misma operación que los documentales comentados, volver la vista a un tiempo pasado que se supone mejor. Incluso la española, Explota Explota, tiene la misma mirada nostálgica.


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