La existencia alcanza su sentido en la conciencia del puro gozo de existir. "Alcanzar y estabilizar ese estado de la conciencia ha sido el objetivo explícito de casi todas las doctrinas de sabiduría que la humanidad ha conocido" (Eilenberger). Para los religiosos esa conciencia se apoya en la trascendencia divina amorosa. "Ante ti no soy, como todos los demás, más que un recipiente siempre abierto de caridad activa", decía Simone Weil. Para Ayn Rand, en cambio, la radical dignidad del yo reside en la soberanía y sacralidad divina del yo nacido libre. Estar sometido a la voluntad de otros, eliminada toda autonomía, produce un mundo infernal.
Pero cómo gozar de la vida, cómo vivirla en libertad si no hay nada que la sostenga y le proporcione seguridad. Si una mayoría estable impone sus normas, unas normas rígidas, sin posibilidad de oposición, qué le queda a esa vida sino un horizonte de desesperación.
William Faulkner, en su discurso de Estocolmo de 1950, dirigiéndose a los jóvenes escritores, les decía: Escribe como si estuvieses ahí en medio y mirases el fin de la humanidad. Eso vale para los escritores y para los lectores porque ambos comparten con cada una de las personas sobre la tierra el miedo a saltar por los aires, comenta Sigrid Nunez en su ¿Cuál es tu tormento? Lo que les está pidiendo, lo que nos está pidiendo es una vuelta 'a las viejas verdades universales: amor y honor y piedad y orgullo y compasión y sacrificio' sin los cuales un relato no durará más de un día.
Pero el caballero de armadura resplandeciente con que Faulkner quiere vestir al escritor no es una imagen de estos díaas. Más de 70 años nos separan. Sin embargo, el cuenco abierto de Simone Weil y el hombre afirmativo de Rand están ahí, a la espera.
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