domingo, 7 de marzo de 2021

Risotadas

 

Casi todos los humoristas españoles son franquistas, si hay alguno que no lo sea lo desconozco. De Buenafuente a Lo de Évole -al humorismo por la entrevista íntima y campechana-, los programas de humor de Movistar, la Sexta y Tv3 y terminando en lo más alto con el tout petit Wyoming -más panfletario que humorístico, dirían sus no seguidores-, dejan de lado la ingente cantidad de situaciones cómicas que genera la vida pública española para arremeter contra los gigantes que dibuja el humo de las chimeneas. Una pena. Veamos. Un vicepresidente ordinal, que ha puesto a su mujer en un ministerio con la función de hacer una ley contra los hombres abusones y que nombra secretaria de Estado a la niñera de uno de sus hijos, que ha ido colocando a sus sucesivas amantes en cargos remunerados por el Estado o al cuidado de un periódico expresamente creado, o de candidata a la presidencia en unas elecciones autonómicas y, si llega el caso, esconde a otra, con la que ha roto de no muy buenas maneras, detrás de una columna del Congreso. Un serio ministro de los muertos, embutido en un traje talar, al que se hace pasar por bueno e inteligente en los carteles electorales de una autonomía. Una ministra que se lengua la traba en cada frase y se le pone de portavoz del gobierno. O el propio presidente, aquel que con impolutos zapatos de piel italiana pisaba las sucias calles de Madrid el día de la gran nevada, que, una mañana, tritura con gran pompa el dolor y la sangre del terrorismo (900 muertos) en forma de objetos metálicos aplastados por una apisonadora, poco antes o después de dar la mano al delegado político de los asesinos. Por no hablar del arsenal retórico de los propagandistas del gobierno que comienza con esta frase: "hemos salido más fuertes". Si hasta Hasel se ha convertido en icono de la libertad de expresión. 


Un humor que no debería temer el humor negro, contrastando imágenes de la apisonadora con la de la furgoneta bomba que estalló con Fernando Buesa dentro, o de los féretros acumulados en la pista del Palacio de Hielo, en lo peor de la pandemia, con la untuosidad del acto de homenaje a los muertos en la plaza de la Armería del Palacio Real o con los aplausos de los ministros en La Moncloa a la vuelta del presidente de Bruselas. El sketch definitivo mostraría, con aplausos en los balcones, cómo los españoles, convenientemente inmunizados contra la desafección política, se han acostumbrado a morir, dando los votos de primer partido a Illa, el sombrío ministro de los muertos, en Cataluña.


Por si hiciese falta aclararlo, un humorista franquista es aquel que hace humor a favor del poder. Humoristas del régimen, pues.




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