lunes, 8 de marzo de 2021

Castellio contra Calvino, de Stefan Sweig

 


Esta época ha avanzado lo suficiente como para deslindar lo que pertenece a la conciencia y lo que es del mundo. Ya no podemos ver las cosas como ajenas, se nos exige intentar separar lo que pertenece y lo que no a nuestra mirada. Eso sucede con cualquier extensión de nuestra percepción, sean las lentes del astrónomo, las del bioquímico o las del neurólogo, la reducción abstracta del filósofo o la introspección del psicólogo, también lo que el arte nos ofrece. La historia, por ejemplo, ya no puede ser mero entretenimiento, ni siquiera mera fuente de conocimiento los objetos que nos ofrece el arqueólogo. De algún modo somos coetáneos de Hitler, no porque nos veamos levantando el brazo derecho para saludarlo sino porque viendo lo que sucedió podemos ver su reflejo en nuestro mundo, si también nosotros, ante un personaje que no se disfrazaría como él sino con otros ropajes y otras palabras más seductoras que las suyas, sucumbiríamos embriagados por un ideal de nobleza, bien y verdad. El arte de la representación ha avanzado lo suficiente como para no permitirnos ser mirones estáticos. La mirada lleva incorporada la conciencia.


Stefan Zweig escribió este libro en 1936, cuando Stalin alcanzaba la cumbre de su poder, a punto para comenzar los juicios que en 1937 acabaron con toda oposición dentro de su partido, y Hitler estaba doblando la voluntad y las mentes de Alemania para forjar con ellas un sentido de comunidad. La mayoría de la población europea no veía lo que estaba sucediendo, no se tomaba en serio ni a uno ni a otro, los disculpaba, incluso los apoyaba. Faltaban tres años para que los dos hombres, uniformando tras de sí una única patria, tejiesen sobre el suelo europeo un tapiz de sangre, dolor y muerte. Como Stefan Sweig señala la mayoría no ve el suceso decisivo de su época, ciegos a lo más importante que sucede.


Acabo de leer Castellio contra Calvino, y escribo en el móvil pisando el manto de nieve que inesperadamente ha cubierto esta ciudad. Es primavera, ayer los árboles y arbustos habían empezado a florecer, hoy el brillo blanco me ciega, nada veo sino la extensa y deslumbrante capa, así la idea de bondad y bien que las ideologías que apoyamos nos ofrecen superpone su capa de realidad a la realmente existente, la luz artificiosa de la verdad que perseguimos termina por hacernos ciegos.



No hay comentarios: