jueves, 4 de marzo de 2021

La grecidad

 


Los griegos apreciaban su independencia individual y la de sus ciudades estado pero se reunían en santuarios comunes para afirmar sus vínculos mediante sacrificios y compitiendo en festivales atléticos y musicales. Pero fueron cuatro libros, según asegura Edith Hall en Los griegos antiguos, los que crearon la conciencia de grecidad, todos del siglo VIII a C.: La Ilíada y La Odisea, atribuidos a Homero, y Los Trabajos y los Días y La Teogonía de Hesíodo. La Ilíada dio a los hombres griegos imágenes de guerreros icónicos, batallas y funerales militares que, para ellos que no cesaban de combatir, eran un sostén pero también les ofrecían un lenguaje poético hecho de melancolía y grandeza, un cuadro de su heroico pasado compartido. La Odisea les ofrecía escenas de navegación y un héroe carismático que encarnaba una visión idealizada del agricultor navegante del periodo arcaico, un todoterreno independiente, autosuficiente y con avanzadas habilidades intelectuales, prácticas y sociales. La Odisea, afirma Edith Hall, define la psicología propia del patriarcado presentando diversas versiones de lo femenino. Deseable y núbil, Nausicaa; predadora sexual y matriarcal, Calipso y Circe; poderosa políticamente, Areté, reina de los feacios; dominante, la hija enorme de Antífate, rey de Lestrigonia, y su mujer que “en su talla era monte rocoso”; monstruosa y devoradora, Escila y Caribdis; seductoras y letales, las Sirenas, pero también fiel, casera y maternal, Penélope. “En el mundo ‘real’ de las islas griegas”, ironiza Edith Hall, “pobladas por agricultores, una buena esposa, como Penélope, protege los intereses del marido y, en ausencia de este, aguanta veinte años cruzada de piernas”.


Los poemas de Hesíodo, “psicológicamente astutos, esbozaban el árbol familiar común a los griegos que se remontaban a Helén pero también conseguía cristalizar sus relaciones con los dioses como su punto de vista ético, la fuerza del odio, de la venganza y el sexo, la identidad de esos campesinos que podían tener que emigrar forzados por la pobreza, su inteligencia, su lado belicoso”.


Tanto Calasso, en El cazador celeste, como Edith Hall escrutan en la historia de los griegos el nacimiento de la conciencia, sus etapas de depuración. El universo surgido del Caos, los dioses antropomorfos, los semidioses, los héroes, el hombre que poco a poco se va desprendiendo de su lazo con la divinidad, los científicos. Eddie Hall sostiene que fue la aparición del dinero, en concreto la acuñación de moneda en Lidia, limítrofe con Éfeso y Mileto, por la temprana distinción entre valor nominal y valor real de la moneda, lo que permitió a los griegos las nociones abstractas de valor, tiempo y existencia, separadas del mundo real del trabajo, de las necesidades del cuerpo y el entorno físico. “Todo el trabajo humano y todos los objetos del mundo real pueden medirse en dinero y convertirse en dinero. Ese nuevo mundo abstracto y autónomo, que solo existe en la mente, permitió de pronto a los griegos vecinos del reino de Lidia razonar conceptualmente y sostener ideas intangibles”.


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