¿Hace
falta que un hombre muera para decir que fue un mal
hombre?
Llevan diciéndolo hace tiempo sobre uno que lo fue pero
que ya no vive:
Alfons Quintà. Ahora se publica un libro
sobre él (El
hijo del chófer).
La
pregunta, ¿por qué no lo decían entonces, cuando
ese hombre estaba
vivo y
hacía mal uso de su poder,
quienes
trabajaban con él, como este
Lluís Bassets que reseña el libro y
que trabajó codo con codo en
la creación de la
edición catalana de El País?
Hubieran ahorrado acosos sexuales (“fue
un asediador sexual legendario”, dice
el reseñista,
y también “que supo traficar con la información para obtener más
poder, con frecuencia mediante la amenaza y el chantaje”),
y un modo de proceder infecto en los
medios en que trabajó, en especial en
Tv3, que
el personaje fundó.
La vida podría
haber
sido mejor si lo hubieran contado entonces, la
atmósfera en Cataluña no se habría podrido como lo ha hecho.
Lo
mismo sucede hoy con el vicepresidente del
gobierno.
No sólo tienen que contarlo sus
víctimas
y
los
ministros, por
lo bajinis: "es
tóxico", dicen, "es peligroso para España y el PSOE",
dicen,
tienen que romper con él, ahora que estamos a tiempo. No lo harán.
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