domingo, 29 de noviembre de 2020

La vida es un chiste

 

                                                               El bebé Karr (en carrito) con hermana mayor y madre                                                          


La vida es un chiste, no hay mejor manera de explicarlo, un chiste malo. Comparto la visión budista según la cual la vida es sufrimiento, sólo que hay modos de salvarse de él”.


Cómo cuentas el estallido de locura de la persona de la que dependes, a quien amas, tu madre. Eres una niña, y aunque no lo seas, has de dejar que las cenizas de la tormenta de fuego hayan caído y discurrido el tiempo para mezclarse con los materiales que conforman el suelo de los recuerdos. Y cuando ha pasado el suficiente, piensas qué supuso para ti el suceso. Eras una niña, de cuatro años, y con tu hermana lo viviste. Los armarios vaciados, los muebles por el suelo, las bombillas estranguladas, las vajillas y los instrumentos de cocina sacudidos como trombones, tubas y trompetas del desconcierto. La pira de fuego en el patio de la casa, libros, ropa, ajuares, las colecciones de la memoria fundidas en un instante. Las cortinas de las ventanas de los vecinos caen desentendiéndose, el padre, al que nadie aviso o sí y se desentendió también, ausente en alguna de las torres de la refinería. La niña que lo recuerda y cuenta 36 años después (El club de los mentirosos) y su hermana, únicas espectadoras de aquel tránsito a la locura, con un momento final, ¿operístico, hitchcokiano, cómico?, de las dos niñas bajo el cobertor a cuadros, que la abuela había armado con retales de muestras para caballeros, a los pies de la cama desarmada, formando una montañita con las cabezas y las rodillas alzadas, silenciándose mutuamente para escapar al terror, imaginando que lo que están viviendo es un cuento de dibujos animados que ya había sido pintado antes por una de ellas: la madre aparece, cuando se abre la puerta, en medio de un rectángulo de luz en forma de equis, las piernas abiertas y los brazos alzados, y un cuchillo de carnicero en la mano extendida cuya punta brilla como la estrella matutina, apenas un dibujo al carboncillo mal trazado o una ensoñación como el personaje de Psicosis, aquel hombre que se disfrazada de su madre apuñalando la cortina de la ducha y luego se sentaba en una mecedora, pues solo disfrazando a la madre de ficción pudo la niña salvar aquel momento, antes de qué el brazo con el cuchillo bajase no sobre las niñas sino, en un resto de cordura, para tomar el teléfono y llamar a su psiquiatra y decirle, corra he matado a mis niñas.


Hay partidarios de la ficción y quien la detesta. Hay sobradas razones para ambas posiciones. Tomarse la realidad por ficción como hacen el periodismo y la política tan a menudo debería tener una condena que no salvase del fuego. Pero qué hacer cuando el infierno llama a tu puerta antes de tiempo. Ayuda la ficción. Cómo sobrellevar la muerte anticipada, un rapto salvaje de locura, una agresión violenta. Hitchcock, el cómic, la mesa del rey Arturo, el Olimpo griego ayudan, si está en juego la vida de tu alma.


(Epicteto tiene una frase memorable acerca de la división entre cuerpo y alma: «Eres una pequeña alma que sustenta un cadáver». Cuando leí la cita años más tarde evoqué automáticamente aquellos vestidos privados de sus dueñas deslizándose grácilmente hacia las llamas). (Mary Karr, El club de los mentirosos)


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El peripuesto


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