miércoles, 18 de noviembre de 2020

La imaginación conservadora, de Gregorio Luri

 



"Descubriéndome frente al otro, que es un yo para sí mismo, puedo desplegar lo que se encuentra implícito en mí y en él. Existir políticamente es vivir cara cara entre seres humanos y obtener con nuestra visibilidad recíproca un insustituible saber de anticipación, elusion, expectativa y previsión cuyo resultado es la conciencia de nuestra identidad".


Esta relación con los demás, que es al mismo tiempo reflexiva y recíproca, comienza a esbozarse en cuanto llegamos al mundo. Nuestra madre no es exclusivamente un pecho que nos nutre, es también un rostro que nos sonríe y que espera impaciente nuestra reacción a su sonrisa. Al reaccionar interactuamos con sus ojos y su sonrisa de manera cada vez más intensa, hasta el punto de que olvidamos su pecho, pero jamás su sonrisa o su mirada. A diferencia del animal, que a medida que olvida el pecho, olvida a su madre, el bebé se lleva con él, como parte íntima de sí mismo, la mirada y la sonrisa materna cuando abandona el pecho que lo nutre”.


Las tres grandes ideologías que han organizado la vida pública en los dos últimos siglos han sido el conservadurismo, el liberalismo y el socialismo. Cada una de ellas presenta una versión moderada y otra extremista. La moderada, cuando ha alcanzado el poder, ha contribuido a dar forma a nuestras sociedades. A la forma menos simpática del conservadurismo se le llama tradicionalismo o reacción; a la del liberalismo ‘la derecha’ y a la del socialismo comunismo. Las denominaciones van cambiando y el nombre que triunfa suele ser el que imponen sus adversarios, a menudo enemigos, y en las que los partidarios no se suelen reconocer. Los primeros serían ahora populistas de ultraderecha y hasta fascistas, los segundos neoliberales y los terceros neocomunistas, ultraizquierda o identitarios.


Todo pensamiento bien articulado tiene una idea fuerza que lo organiza. Gregorio Luri, temerario contra el ecosistema político dominante, se lanza a defender el conservadurismo. En España ha sido conocido con ese nombre pero también como moderantismo, tradicionalismo o como liberalismo conservador, según las épocas. Ahora no hay quien lo defienda, ni siquiera en el PP que es donde se guarecen los conservadores junto con los liberales. Otros, que lo defendieron en el pasado, como los carlistas, ahora se enmascaran en otras causas, como los nacionalismos periféricos que, sin serlo, pasan por progresistas. Por ello, tiene un enorme mérito que Gregorio Luri se atreva. La idea que cree que da fuerza al conservadurismo, como se ve en las citas que anteceden, es la de copertenencia. Frente al liberalismo, el conservador cree que el hombre se completa en los grupos de pertenencia y frente al socialismo en la autonomía personal que se afirma descubriéndose frente al otro. Frente a ambos cree que la comunidad política, que denomina politeia, recuperando el viejo concepto clásico, la forman tanto las generaciones pasadas, cuyas ideas y experiencia han ayudado a conformar el mundo en que vivimos, como las futuras que dependen del mundo que les dejemos. El conservador se sitúa entre el reaccionario que vive asomado al pasado y el revolucionario que vive asomado al futuro. La idea de ecología política fue utilizada por vez primera por un conservador, Bertrand de Jouvenel, en 1957. Junto a la idea de copertenencia, otras ideas le ayudan a ir devanando el pensamiento conservador: la prudencia del ciudadano común frente a las patologías de la identidad, la transmisión de las buenas ideas y prácticas del pasado, la experiencia de lo bueno en vez del ideal de lo bueno, el sentido de lo real frente a lo posible, el mérito o la familia.


Luri busca ideas en filósofos y políticos del pasado deslindando a los conservadores de los liberales y haciendo muy poco caso de los socialistas con quienes no entra en debate porque no parece creer que su experiencia política haya sido positiva. A quien desconozca la historia de España, le sorprenderá que ponga en danza a personajes medio perdidos en las tinieblas de la historia. Políticos como Cánovas, Sagasta o Dato, pensadores como Donoso, Balmes o Vázquez de Mella. Aunque el pensamiento que defiende con más ahínco lo encuentra en la semiolvidada Escuela de Salamanca, para la que la legitimidad del gobierno y las instituciones está en la comunidad (politeia) por encima de quien ostente el poder formal. Por ello admira el sistema político inglés que, en vez de instituir una constitución en un momento preciso de su historia, ha preferido la ley que se ha ido afirmando y consensuando a partir de los usos y costumbres de su politeia. Otra de sus ideas fuerzas es que ha de imponerse la necesidad de la ley por encima de su propio contenido como salvaguarda ante la volubilidad de los políticos. Recuerda lo que la abuela de Leo Strauss le decía: "Te sorprenderías, hijo mío, si supieras con qué poca sabiduría está regido el mundo".


A mi modo de ver, lo más interesante de la exposición, y cuya cura afirma está en manos de una posición conservadora, es la separación o disociación que se ha producido en nuestra sociedad entre hecho y valor cuando nos referimos al hombre, en la objetivación del ser humano, ya sea como unidad contable al que el arrogante ingeniero político quiere programar o como mercancía trasegada en el comercio de los cuerpos. La pérdida de humanidad que comenzó con el triunfo de las ideologías ‘armadas’ antihumanistas del siglo pasado, nazismo y estalinismo, tiene su continuidad en el capitalismo consumista. En la teatrocracia en que se ha convertido la vida contemporánea, ante la escisión del hombre psicológico y del hombre político que hace del primero un espectador crítico del segundo, y que tantas frustraciones produce, Luri propone la vuelta a los espacios comunes con convicciones compartidas.


Frente a críticas deshonestas, de la prudente y cuidadosa lectura del libro el lector atento puede extraer dos lecciones: que no hace falta ser conservador para compartir muchas de las buenas ideas que Luri expone y que cualquiera que quiera definirse como conservador no ha de sentirse avergonzado porque Gregorio Luri le ofrece buenas razones para serlo. Aquí un resumen.



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