martes, 17 de noviembre de 2020

For Sama

 


No es exactamente un documental porque no se atiene a su estricto código informativo, responde mejor al modo de construcción de una ficción, aunque pronto sabemos que lo que aparece en pantalla quiere mostrarnos lo real verdadero. Entre la imagen documental y lo real suele interponerse el lapso de tiempo entre lo ocurrido y su empaquetado para ser mostrado y visto. Ese lapso nos alivia, impide que nos estremezcamos hasta el punto de lo insoportable. Imagina un disparo a bocajarro en directo. En For Sama los autores quieren eliminar el lapso, quieren que vivamos el horror en directo. Aunque no ocurre exactamente así. Han pasado casi cuatro años desde que se filmaron las imágenes y, ahora, cuando las vemos en España. La película habrá sido editada pero la impresión que se nos ofrece es la de filmación en bruto: el sitio y bombardeo de la ciudad de Alepo, de los barrios insurrectos de Alepo, por las tropas rusas aliadas del tirano sirio. Permanece la grabación en vivo, la cámara en manos de quien narra y vive el asedio, su bebé, su marido médico, Hamza, sus amigos y compañeros de hospital, los heridos que llegan ensangrentados y rotos, la muerte de la mayoría de ellos ante nuestros ojos, la mirada desolada de los hermanos del muerto, los gritos desgarrados de la madre o su silencio impotente, la rutina en que se convierten las muchas muertes. Cuando la cámara se alza sobre los edificios, en las pausas necesarias para que la película tome respiro y dé lugar a otra secuencia, y nos muestra la ciudad destruida parece el decorado de plató de una película de guerra o de un escenario apocalíptico. Y así es, las dos cosas, un decorado para quienes lo vemos desde aquí, a salvo de la locura de los tiranos (de momento), y los edificios rotos, descuartizados de una ciudad real de la que no todos sus habitantes, increíblemente, han huido. El otro elemento de ficción, que nos mantiene pegados a la pantalla, que hace que empaticemos, es la propia historia que la narradora, protagonista y filmadora, Waad al-Kateab, nos va contando mientras sucede la destrucción, el enamoramiento y boda con el médico que dirige el único hospital después de que todos los demás hayan sido destruidos, el decorado de su nueva casa, las hermosas flores de su jardín, el nacimiento de Sama, su hija, a quien va dedicada la película, la fe en la resistencia (pudiendo irse de la ciudad se quedan, incluso vuelven tras una breve visita familiar a Turquía) frente al régimen. El decorado de la guerra, la vida que continúa. La diferencia con respecto al cine de entretenimiento (aunque, al fin, este también lo es) es que la vida de los protagonistas es real y que el decorado deja de serlo para convertirse en el protagonista principal.


La verdad de todo esto es que no soy más que un espectador más. Como yo, todos los demás que la estamos viendo poco podemos hacer ante la demanda desesperada de ayuda (¡Ayúdennos!”) que sale de boca de Waad al-Kateab. A quién le importa Siria. Es más, si quien estuviese bombardeando Alepo fuese Bush, padre o hijo, tendrían una oportunidad, porque la voz de protesta sería poderosa, pero ante Putin, ¿quién protesta ante el asesino más desacomplejado de nuestro tiempo?



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