jueves, 26 de noviembre de 2020

Gambito de dama

 


Las series realmente buenas son aquellas que hacen que esperes la hora de la noche que les concedes para verlas y que además no quieres que se acaben porque te has encariñado con los personajes o porque te intrigan o porque te enseñan cosas. Esta es una de ellas, y por todos esos motivos. El escenario por donde discurre es el mundo del ajedrez. Quién no admira a sus héroes y no ha seguido sus andanzas alguna vez. Quién no ha oído hablar de Capablanca o de Alekhine, de Spassky y Karpov, de Bobby Fisher y Judith Polgár. Pues de ellos se habla en la serie, se habla o se ven sus famosas partidas, porque cada una de las que salen son partidas reales que alguna vez se jugaron. Como la última, en la que la protagonista derrota al campeón del mundo en Moscú. Fue una partida real, en la que Judith Polgár derrotó al intratable Gary Kasparov (campeón entre 1985 y 2000), la primera vez que una mujer vencía a un campeón de ajedrez. Cambian las fechas, la ficticia la sitúa la serie en 1968, la real es de 2002. Los aficionados pueden seguir los movimientos señalados, las aperturas, como ese gambito de dama que da título a la serie, el proceder lento o el ataque por sorpresa, la preparación en solitario o con ayuda, la soledad en la cima de estas personas que requieren tan alta concentración. Pero no es necesario ser un aficionado para degustar esta serie.


La serie está basada en una novela de Walter Tevis, con el mismo título, El Gambito de Dama (1983), un nombre que quizá no diga nada pero que si se le asocia a El buscavidas, la película de Robert Rossen que interpretó Paul Newman, entonces sí que les dirá algo a muchos. El buscavidas es The Hustler (1959), la primera novela de Tevis. Las novelas de Tevis tienen que ver con su propia vida, su infancia, el abandono en un hospital durante un año por sus padres, su afición al ajedrez. Son novelas con un fuerte personaje central, entre el abandono a sí mismo y la pelea contra el mundo, con dificultades para entregar o recibir afecto. Es lo que sucede con esta Beth Harmon (inolvidable Anya Taylor-Joy) que sale al mundo en los 60 después de haber estado recluida en un orfanato tras la muerte de su madre en un accidente de coche. Se sugiere que la madre pudo suicidarse y la intención de llevarse con ella a su hija que iba en el asiento de atrás. Ese suceso la marca, la encierra en su mente prodigiosa, que descubre el conserje del orfanato que le enseña a jugar, al mismo tiempo un salvavidas y una fuente de aislamiento que entorpece su vida social. Alcohool, drogas, soledad y una vida entregada al ajedrez. El guionista y director, Scott Frank (autor de otra buena serie, Godless), ha completado la personalidad de la protagonista añadiendo a la referencia estadounidense de Bobby Fisher (campeón del mundo entre 1972 y 1975) la de Judith Polgár.


La serie se ve como un drama psicológico como los que cultivó el cine en aquellos años, producida con esmero, bien interpretada, bien medida la progresión. No me parece que sobre ninguna escena, que se alargue, al contrario, uno desearía más. Visten con cuidado a los actores, cuidan los detalles de interiores, como verosímiles son los exteriores, la combinación de colores, el contraste, las referencias en el decorado al juego del ajedrez, la extraordinaria música. Qué más se puede pedir. No encuentro una serie que se le parezca, que trate al espectador con igual respeto.



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