lunes, 5 de octubre de 2020

The Room

 





Una pareja se muda a una casa en el bosque, grande, aislada, solitaria. No tienen recursos, él es un pintor principiante, ella una traductora ocasional. Mientras tiran los muebles viejos y buscan sitio para los nuevos descubren una habitación cerrada tras el papel desconchado de una pared. Es una habitación vacía y, por casualidad, Matt, el pintor, dice en voz alta que quiere otra botella de güisqui. Cuando abre los ojos allí está. La habitación les ofrece todo lo que piden en voz alta. Por supuesto, quieren dinero y cuadros de pintores de primer nivel para decorar las paredes y comida y bebida y ropa lujosa y fiesta y todo lo que se les ocurre a quienes hasta ese momento no podían disponer de gran cosa. Esa es la primera buena idea de la película. Lo que un gran guionista podía haber hecho con ella. La pareja había intentado tener hijos anteriormente pero no había podido. Es un deseo que se le presenta a Kate y lo pide en voz alta. Demasiado arriesgado para pedirlo a quién sabe qué o quién. Lo más cerca que estamos de saber quién o qué está detrás de las peticiones concedidas es el cableado y un foco de luz amarillenta que descubren en las entrañas de la habitación cuando escarban en ella. Matt habla de una impresora en 3D pero no vemos ningún cachivache que se le parezca. Simplemente aparecen las cosas pedidas. Por supuesto, el niño aparece y lo cuidan. Por recordar me viene a la memoria La semilla del diablo, de Polanski. Nada que ver. Pero descubren una cosa, si el niño sale fuera de casa envejece. Todo lo que traspasa la puerta hacia la calle se convierte en ceniza. Los billetes, ceniza. Esa es la segunda buena idea de los guionistas, pero ahí se les acaba la imaginación. No saben qué hacer con dos buenas ideas. Tampoco saben qué hacer con el niño que ha aparecido de la nada. También aparece en el guion un hombre que cumple condena. Matt descubre, mirando en Internet, viejas informaciones, que vivió en la casa y que mató a los dos anteriores inquilinos. Como los guionistas no saben qué hacer, recurren a lo manido, a una sobada historia de terror. Ahí se acaba la expectativa del espectador. Los críticos hablan de alegorías del mundo actual y de múltiples lecturas. Qué va, eso es lo que podría haber sido. Lástima. Pero, en fin, puede que, al menos, sea entretenida. Francesa de 2019, hablada en inglés, de estreno en los cines.


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