viernes, 30 de octubre de 2020

Ausencia del hombre

 

Antes de que me confinen, me pongo otra vez en movimiento. En Cataluña anuncian confinamiento perimetral por municipio. Atravieso cinco autonomías. Hay poco tráfico, como si fuera uno de esos días del periodo navideño en que todo el mundo está en casa disfrutando de la familia. Solo camiones y no muchos, apenas he tenido que seguir a uno de ellos en un par de ocasiones fuera de la autovía. Turismos muy, muy pocos. En muchos momentos he tenido la carretera para mí solo, la ondulante cinta gris, el campo vacío, una neblina que ensuciaba la atmósfera hasta Zaragoza, después el aire cada vez más nítido. Un viaje placentero, soleado, relajado, con la sensación de que todo el mundo está en casa. Fuera de la carretera no se ve mucho movimiento. He parado en un bar de carretera, ya en Aragón. No se podía entrar al local, el camarero latino servía en la puerta. Fuera, los camioneros tomaban el sol de pie o sentados en sillas de plástico que recogían el sol. Se insultaban alegremente y se deseaban ser atropellados por un camión. Un humor negro al que deben estar acostumbrados.


Se supone que cada una de las comunidades que he atravesado están cerradas para quien no tenga asuntos serios que tratar, pero nadie me ha parado para preguntarme adónde iba. Tan solo he visto dos controles, uno a la entrada de Fraga y otro a la de Cenicero. Los guardias se lo tomaban con calma. En cada caso tenían un coche detenido y se despreocupaban de todos los demás. La gente y la actividad, salvo las breves mercancías de los camiones, están paradas, la gente en casa, el país paralizado. No sé si tiene algún sentido, cuando ya se sabe que es en interiores donde el virus se propaga.


Me he recreado en el paisaje. Hasta los Monegros, abandonados a su suerte en su vasta extensión ocre, sin nadie que los trabaje, apenas salpicados por notas de verde me han parecido hermosos, aunque el paisaje más hermoso está ahora en los viñedos riojanos. Cenicero, Briones, Haro, pintados de otoño, dorados por el sol de la tarde, estáticos, me pedían que parase y contemplase el extraordinario suceso de la ausencia del hombre.



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