El joven del pie deforme pintado en una estela funeraria de la dinastía XVIII de Egipto (entre 1580-1350 adC), la primera constancia de una infección vírica, nos demuestra que la polio paralítica ya existía en la antigüedad. Sin embargo el virus de la poliomielitis, como nos cuenta Dorothy H. Crawford en El enemigo invisible, solo se convirtió en un problema grave a mediados de siglo XX y, luego, desapareció bruscamente como suele suceder con muchas epidemias víricas. Pasaron casi 50 años desde que se descubrió el virus hasta que se obtuvo la vacuna, en 1955. También entonces se hicieron tonterías. Cómo se creía que el virus entraba en el cuerpo por la nariz se convenció a la gente en Estados Unidos para que revistiesen sus fosas nasales con una pasta de sulfato de zinc para impedir la infección. Además de incómodo y feo carecía de efectos benéficos. La infección era común aunque asintomática, solo entre una de cada cien y una de cada 1000 acaban en parálisis. Curiosamente fue en las ciudades acomodadas de Europa y de Estados Unidos, donde el nivel de higiene era alto y los niños no estaban protegidos, donde la infección proliferó. Walter Scott y Franklin Roosevelt, paralizado desde los cuarenta años, la padecieron.
Un individuo medio sufre de 2 a 4 infecciones víricas al año. El EBV y los enterovirus están entre los responsables. El EBV (virus Epstein-Barr) fue el primer virus tumoral humano que se descubrió, en 1964. Es un virus que se suele coger en la infancia y luego queda latente en el 95% de los adultos. La historia de cómo Michael A. Epstein llegó al descubrimiento de ese virus latente, qué en ocasiones provoca el linfoma de Burkitt y otro tipo de tumores es apasionante. Crawford lo cuenta en su libro.
Por lo que voy leyendo del libro de Crawford, se sabe desde hace mucho que los virus como los del sarampión, las paperas, la rubeola y la varicela, que infectaban a casi todos los niños antes de que las vacunas los detuviesen, proliferan gracias a los estornudos y las toses, es decir, por medio de aerosoles que flotan en la atmósfera listos para ser inhalados en un tren, en un aula o en un jardín de infancia. Es la ruta más común y eficaz de la difusión de los virus. ¿Cómo es que los 'sabios expertos' no lo vieron y nos lo dijeron desde el principio?
Se sabe que el periodo de incubación de este tipo de virus es de entre 5 y 10 días antes de que la respuesta inmune de los linfocitos B y T entre en acción y lo destruyan (B: neutraliza el virus; T: mata a las células infectadas). Se nos ha dicho que se necesitaba una cuarentena de 15 días. El libro fue publicado en el año 2000.
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