miércoles, 9 de septiembre de 2020

Fauda

 


Pocas cosas tan divisivas como el drama palestino israelí. Pocas tan cargadas de añadidos (connotaciones): judío/musulmán; invasión/territorio propio; oriente/occidente; guerra/terrorismo; shoah/colonización. Un drama no acabado. Y sin embargo, alguien se atreve a hacer una serie en ese contexto. Los dos lados están representados: hay halcones y palomas en ambos lados, terroristas, políticos más convencionales, espías y gente que no quiere pero a la que se obliga a tomar partido y le destruyen la vida. Hay persecuciones, bombas, muertes, tortura y lo que se puede esperar en un campo de guerrilla urbana, también amores y desamores. La serie está concebida por israelíes y con actores de un lado y del otro. Los palestinos de Hamas aparecen como peores que los rudos agentes israelíes, pero también los hay moderados y políticos. Se presenta a los personajes en su contexto, en el medio que les hace ser lo que son y actuar del modo en que lo hacen, sin que se vea forzado por consideraciones ideológicas como en las incipientes series españolas sobre el terrorismo etarra. Pero es una serie no un ensayo interpretativo, pretende divertir, entretener. 


En la primera temporada (de 3, Netflix) hay frescura y cierta torpeza en el ensamblaje de escenas y saltos de guion, la imperfección apropiada que toda serie realista necesita para ganar verosimilitud. La segunda, que he comenzado a ver, y que no sé si continuaré, sufre el mal de muchas series, los guionistas recargan la trama, pierden frescura y tienden a repetir cosas que les fueron bien. Para mi gusto está bastante por debajo de Shtisel.



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