sábado, 22 de agosto de 2020

San Lorenzo

 

No me gusta subir solo los picos aunque sí me gusta caminar solo. No son la misma cosa. Subir cumbres pedregosas y empinadas tiene su riesgo, menor si es en fin de semana. Puede fallarte el corazón en un paraje perdido o tropezar y caer(ya me ha ocurrido alguna vez) donde no te pueden ver. Pero tenía que ir esta mañana por un asunto a Santo Domingo de la Calzada y he aprovechado para subir a Valdezcaray y desde allí al San Lorenzo y después al Cabeza Parda y al Cuña. He subido solo pero la cumbre estaba llena de gente, particularmente jóvenes euskaldunes (hablaban vasco entre ellos; también he visto, más tarde a sus familias, abajo, en Ezcaray comiendo y bebiendo. Mucho. Parece tierra conquistada).


No es fácil encontrar compañeros para salir a la montaña. Menos que antes. Ahora hay que hacerlo en coches particulares, los grupos de montañeros han dejado de funcionar, al menos los que yo conozco. Es cosa curiosa de que diferentes maneras se responde al Covid. Los hay que asumen todos los riesgos porque no dan crédito a la gravedad del virus: apretados en coches con las ventanillas herméticas y sin mascarillas viajan cientos de kms, achuchones como saludos, compartiendo comida y bebida. Y los hay que se encierran en casa y no aceptan ninguna cita: este verano me he quedado con las ganas de ir a Pirineos porque mis dos compañeros, después de programar, se han echado atrás con miles de excusas víricas.


Sentado en un saliente rocoso, en la falda del Cuña, contemplo la ladera norte del San Lorenzo, erosionada por el antiguo glaciar. Las paredes, con gran pendiente, son parte de la estación invernal de esquí, ahora áridas, con los remontes y los cañones como feas esculturas de una estructura tecnológica impuesta a la naturaleza. Los senderistas bajan por las pistas secas en grupos familiares y de amigos.


El día era espléndido y magníficas las vistas .



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