miércoles, 22 de julio de 2020

Liberalismo del miedo, de Judith Shklar


Escribió Kant que si un observador atento escuchase la historia previa a su época no oiría más que el ‘gemido’ de la humanidad, la reacción de los perdedores a la experiencia de sometimiento e impotencia. Y Walter Benjamin, que todo suceso histórico del pasado solo puede contemplarse con ‘horror’. En el hombre sometido predominan los sentimientos y emociones del “miedo a la crueldad, el temor a caer en la miseria social y el puro horror a encontrarse desamparado”. Antes que cualquier otro proyecto político, una política liberal ha de erradicar el miedo y el temor de la vida pública, afirma Judith Shklar en su breve ensayo. Sentirse libre es el estado previo a cualquier otra adquisición, sin libertad no puede haber formación completa de la personalidad. La concepción más básica de la teoría política es liberar del miedo a los perdedores históricos. Ahí comienza el camino hacia la independencia del hombre. Para Judith Shklar, antes que cualquier otra cosa, el principal deber de la política es erradicar el miedo, por eso titula su libro El liberalismo del miedo.


El liberalismo del miedo es modesto intelectualmente, “no supone que el liberalismo del miedo no tenga contenido, tan solo que es un contenido absolutamente no utópico. En ese aspecto, podría muy bien ser lo que Emerson llamaba un partido de la memoria, más que un partido de la esperanza”. Es un liberalismo que parte de “la convicción de los primeros defensores de la tolerancia, nacida del espanto, de que la crueldad es un mal absoluto, una ofensa contra Dios o contra la humanidad”. Difiere del liberalismo de los derechos naturales que busca proteger, según la voluntad de Dios o según el orden natural, nuestras vidas, nuestras libertades, nuestras propiedades y todo lo relativo a ellas. O del liberalismo del desarrollo personal, la libertad como sostén del progreso personal y social, al modo de John Locke y John Stuart Mill. Shklar sostiene que el fundamento del liberalsmo es la memoria histórica de la humanidad: el expolio, la tortura, la esclavitud, el horror a la guerra. La memoria del mal, de la crueldad y el miedo que despierta, así como el miedo al miedo mismo. “La libertad que desea garantizar es la libertad frente al abuso de poder y la intimidación de los indefensos”. A quien más se asemeja es a la libertad negativa de Isaiah Berlin de ‘no ser obligado’, y su posterior versión de ‘puertas abiertas’,


La ley y la garantía de su cumplimiento se convierte en el primer principio del liberalismo, aunque las instituciones y la democracia no se identifiquen necesariamente con él forman un matrimonio necesario. Las función principal de los gobiernos y las instituciones, escribe Judith Shklar, es hacer que los derechos de los individuos se hagan realidad. Lo demás, la realización personal o la consecución de la felicidad son objetivos propios de cada individuo. Sin embargo, no puede haber libertad si no se complementa con una autonomía económica: el Estado debe garantizar no solo el derecho al voto, sino que nadie deba temer la pérdida de su independencia económica. Al menos en este libro la autora no habla de una renta básica, pero parece evidente que ayudaría en el objetivo de perder el miedo y sentirse libre.


Judith Shklar nació en Riga en 1928 en el seno de una familia judía de cultura alemana. En lo años de la guerra su familia emigró a Suecia, Japón y Canadá sucesivamente. Se doctoró en Harvard y fue la primera mujer catedrática del departamento de Ciencia Política. Defendió la democracia liberal como la mejor forma de defensa de los ciudadanos, restringiendo el poder del gobierno y dividiendo el poder entre muchos grupos activos.


Citas


El primer principio original del liberalismo, el gobierno de la ley, sigue absolutamente intacto y no es una doctrina anarquista. No hay ninguna razón en absoluto para abandonarlo. Es el instrumento fundamental para contener gobiernos”.


Ninguna teoría que conceda a las autoridades públicas el derecho incondicional de imponer a la ciudadanía las creencias o, incluso, el vocabulario que consideren más ajustados puede ser calificada siquiera remotamente de liberal”.


El liberalismo del miedo como teoría estrictamente política no está necesariamente vinculado con ninguna doctrina religiosa o científica, aunque desde el punto de vista psicológico sea más compatible con unas que con otras. Debe rechazar solamente las doctrinas políticas que no reconozcan ninguna diferencia entre las esferas de lo público y lo privado. Debido a la primacía de la tolerancia como límite insoslayable de los agentes públicos, los liberales siempre deben trazar una línea semejante.


La presuposición ampliamente justificada por todas y cada una de las páginas de la historia política es que, a menos que se les impida hacerlo, la mayoría de las veces algunos organismos del gobierno se comportarán en mayor o menor medida de manera ilícita y brutal”.


Nada otorga a una persona mayores recursos sociales que el derecho de propiedad legalmente garantizado. No puede ser ilimitado porque es en primera instancia una criatura de la ley, pero también porque sirve a un fin público: la dispersión del poder”.


El liberalismo del miedo no descansa en realidad sobre una teoría del pluralismo moral. No ofrece, sin duda, un summum bonum por el que todos los agentes políticos deberían luchar, sino que comienza ciertamente por un summum malum que todos nosotros conocemos y deberíamos evitar, si pudiéramos. Ese mal es la crueldad y el miedo que despierta, así como el miedo al miedo mismo. En esa medida, el liberalismo del miedo realiza una afirmación universal y particularmente cosmopolita, como ha hecho siempre históricamente”.


Si se puede universalizar la prohibición de la crueldad y reconocerla como condición necesaria para la dignidad de las personas, entonces se puede convertir en un principio de moral política”.


No se puede confiar incondicionalmente en los gobiernos de este mundo por su avasallador poder para matar, mutilar, adoctrinar y hacer la guerra («leones»), y que toda confianza que pudiéramos depositar en sus agentes debe descansar firmemente sobre una profunda desconfianza”.




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