Las personalidades más extremas de la política española hoy son el ex rey Juan Carlos y Pablo Iglesias. Ambos están inmiscuidos en turbios asuntos vaginales y de dinero. Es legendaria la absorción de úteros por parte de Juan Carlos como función aledaña al ejercicio de la monarquía. Comienza a serlo también la de Pablo Iglesias cómo macho alfa de la política española. No está claro que ambos sean prototipos de machistas, pues se detecta la secreta envidia de los hombres por sus scores guinness, sino más bien patriarcas de un país que no acaba de sacudirse la paja de los establos. Juan Carlos e Iglesias no serían lo que son sin la atracción manifiesta de muchas mujeres por el rancio sudor, ocre sabor y olor a col podrida del macho tribal.
Dónde hay más diferencias es en el manejo del dinero. El ex rey lo conseguía mediante comisiones por contratos con Arabia Saudí que, al menos, la mitad de la población española aplaudía y ahora ya logrado el beneficio vitupera. Iglesias ha conseguido el dinero allí donde la civilización occidental se difumina, en las monarquías divinas del golfo que esperan el día en que Occidente se convierta al Islam y en las repúblicas sudamericanas donde la democracia es una comedia que se ritualiza de vez en cuando al servicio del machote.
Si alguna vez fueron un peligro para las instituciones ya están amortizados. Uno es un viejecito con cachaba desposeído y el otro tiene que hacer frente a la hipoteca con hijos que le ascendió en tiempo récord en el escalafón social.
Sigo con risueña somnolencia veraniega, como me divierte el aplausómetro con pasillo estilo champions en qué se ha convertido la Moncloa, la atención, entre el escandalito (ya no hay verdaderos escándalos) y el morbo, que les presta la prensa de derechas. No sé cómo calificar el silencio de la prensa de izquierdas. Se me ocurre que entretenidos como están sus antiguos lectores en la dialéctica del zasca esperan a que en algún momento vuelvan a la hermenéutica profunda y reposada de la perdida pureza revolucionaria, aunque está difícil. De ahí su ruina.
Dos antimodelos de mujer, sus respectivas. A Sofía su impotencia ante la situación y sus dificultades con el idioma le lleva al silencio y la contención. Al contrario, a Irene su afán por acabar con el sistema le lleva a una primordial y expansiva destrucción del idioma.
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