Cómo
en el cuento del lobo, hemos vivido ajenos a las voces de amenaza que
lanzaban los científicos del clima. El virus no tiene nada que ver
con el cambio climático, sin embargo ha funcionado como un gran
experimento. Nos ha hecho ver que la humanidad entera forma una
unidad, que
la Tierra es la casa de todos
y que tenemos problemas comunes. Hemos
situado la amenaza del cambio climático en el futuro, como el lobo
del cuento, una historia para aterrorizar a los niños. En los actos
de nuestra vida cotidiana lo hemos descontado. Ahora, nos decíamos,
no hay de qué preocuparse. Ya se verá. Hemos
vivido sin pensar en las consecuencias. Pero
qué sucederá ante un evento catastrófico ocasionado por el clima.
¿Estamos preparados?
“A menudo pensamos en el futuro en términos apocalípticos, en bombas atómicas que estallan en el centro de las ciudades, y cosas así; pero nuestras ciudades modernas son tan quebradizas que un tipo de ataque mucho menos espectacular podría conducirlas a la ruina. En ese sentido son muy distintas del Londres que soportó los bombardeos alemanes. Las ciudades de hoy en día dependen de una tecnología altamente sofisticada y fácilmente perturbable para suministrar agua, alimentos, combustible y energía a unas poblaciones de diez millones de personas o más, cumpliendo el principio de «justo a tiempo». Imagínense una ciudad como Nueva York o Londres sin una red eléctrica que funcione adecuadamente. La gente que vive en los rascacielos probablemente quedaría atrapada. Con las bombas de agua fuera de servicio, la eliminación de las aguas residuales y el suministro de agua potable se convertirían inmediatamente en un problema. Las comunicaciones quedarían cortadas, se paralizarían los flujos de tráfico y los servicios ferroviarios, y, a falta de refrigeración, los alimentos rápidamente se echarían a perder. Por la noche las calles se sumirían en la oscuridad. Es posible que los generadores locales pudieran mantener en funcionamiento los hospitales y otras infraestructuras básicas, pero al cabo de unas pocas semanas habría que abandonar la ciudad. ¿Adónde irían esos millones de personas? Si la perturbación fuera suficientemente prolongada, cabría preguntarse si la ciudad volvería a estar habitada alguna vez”. (Aquí en la Tierra, de Tim Flannery).

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