lunes, 20 de abril de 2020

Una pasión corrosiva



El gobierno es uno en tres personas. Uno se manifiesta en la tele, otro se medio deja ver y el tercero actúa en la sombra. El país vive una situación inédita como consecuencia de la pandemia. El gobierno ha decidido el confinamiento casi total de la población. Las muertes totales no se acercarán ni de lejos a las de la llamada gripe española. Tras la pandemia viene la gran recesión económica y unos efectos sociales que no podemos imaginar. Su gravedad la iremos viendo. No tenemos ni idea de cómo todo esto engendrará realidad. Es como cuando apareció el 15M y surgió Podemos, no pudimos calcular su efecto hasta años después.

La primera consecuencia la hemos visto. España es un campo de concentración. El campo está compuesto de pequeñas unidades que son las viviendas ("Está totalmente prohibido salir de los domicilio salvo las excepciones autorizadas", estalla el megáfono del coche policial). Se permite que la gente salga a comprar, una válvula de escape. El campo se controla con tres directrices, dosis de terror: las cifras que cada mañana se dan de contagiados, hospitalizados, entubados y muertos, dosis de bondad, cuando se pide a los confinados que se manifiesten aplaudiendo en sus ventanas y enviando felicitaciones de Navidad a través de los móviles y dosis de afeamiento y amenaza para que no se difundan críticas a la gestión del gobierno.

La segunda consecuencia es el empobrecimiento. Hay un empobrecimiento económico que está por ver su alcance. Y hay un empobrecimiento moral. La gente ha aceptado el encierro. No se ha planteado si era necesario, no ha discutido si es una imposición tolerable, si había otras soluciones, no ha comparado con lo que se ha hecho en otros países. La información que recibe es a través de las pantallas: móvil y televisión. Los medios críticos son pocos. Algunos programas de radio y algunos periódicos. La información que llega a las pantallas es volátil, titulares cuya circulación repetida insistentemente se fija en forma de memes. El análisis crítico sigue estando en los periódicos de papel; muy pocos se desplazan al quiosco para comprarlos.

La tercera consecuencia es la tentación autoritaria del gobierno, una tentación en la que está cayendo. Disminuido el Parlamento, casi cerrado, disminuida la oposición, disminuida la prensa, controlada la televisión, EFE, el CIS, la fiscalía, el CNI, ¿la Guardia Civil?, encerrada la población, la principal preocupación del gobierno es asegurarse su continuidad y permanencia. El objetivo prioritario no es aminorar el estrago de la pandemia, la gestión no ha podido ser peor, los datos están ahí, ni afrontar las consecuencias económicas del confinamiento, no hay plan alguno que lo prevea. La preocupación del gobierno uno y trino es asegurarse el poder. Su resorte es la propaganda: colonizar la mente de los encerrados con ideas simples y emotivas. Para ello ha hecho circular varias ideas. La de la semana pasada, la idea de la guerra, el ejército y el jefe al mando (una guerra sin enemigo, el virus si siquiera es una entidad viva del todo) como la de la semana anterior, culpar a la UE como socios insolidarios, tenía poco recorrido, y a la derecha no se la podía culpar del todo; la de la semana entrante, estimular la bondad hacia los niños que tienen que salir a pasear está en curso (no se puede estimular la piedad hacia los ancianos, enfermos o fallecidos, ni hacia sus familiares porque podría volverse contra el gobierno o eso creen).

Y una conclusión desesperanzadora. No había una situación previa de opresión. Estamos, o estábamos, en una democracia no en un régimen. El pueblo no puede liberarse de algo que no le oprime, pero puede renunciar. El pueblo renuncia a ser libre. No ve la política, la organización de la vida pública como asunto propio, en el que participar y decidir. No discute las medidas del gobierno, las acata. ("Los españoles son los ciudadanos occidentales que con más rigor han cumplido las limitaciones de la movilidad", dice pedro sánchez). No se rebela contra las sucesivas imposiciones, calla y acepta cada una de ellas, las que le confinan, las que le arruinan. Creímos, hasta hoy hemos creído, que el hombre liberado de la necesidad lucharía por ser un hombre libre (Hannah Arendt definía esta idea con un hermoso sintagma: libertad para ser libres). El hombre no desea la libertad. Renunciando a ejercer su libertad está sometiéndose a una opresión que antes no existía.

El gobierno trino se ha manifestado muchas veces contra el neoliberalismo y su idea de que el mercado con sus agentes egoístas es el mejor regulador económico, pero ellos, la trinidad que gobierna, son el mejor ejemplo de egoísmo. Como si la codicia de los inversores fuera más corrosiva que la ambición de los políticos. Su pasión por el poder (que les impide formar un gobierno nacional) les hace indiferentes a las necesidades del conjunto de la sociedad, o las posterga, y corrompe el sentido moral de la vida pública, por medio de la selección de amigos y agentes que les defienden y promocionan en la administración y en los medios (propaganda), en vez de escogerlos para atender al bien común (política).


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