El
gobierno es uno en tres personas. Uno se manifiesta en la tele, otro
se medio deja ver y el tercero actúa en la sombra. El país vive una
situación inédita como consecuencia de la pandemia. El gobierno ha
decidido el confinamiento casi total de la población. Las muertes
totales no se acercarán ni de lejos a las de la llamada gripe
española. Tras la pandemia viene la gran recesión
económica y unos efectos sociales que no podemos imaginar. Su
gravedad la iremos viendo. No tenemos ni idea de cómo todo
esto engendrará
realidad. Es como cuando apareció el 15M y surgió Podemos, no
pudimos
calcular su efecto hasta años después.
La
primera consecuencia la hemos visto. España es un campo de
concentración. El campo está compuesto de pequeñas unidades que
son
las
viviendas ("Está totalmente prohibido salir de los domicilio salvo las excepciones autorizadas", estalla el megáfono del coche policial). Se permite que la gente salga a comprar, una válvula de
escape. El campo se controla con
tres directrices, dosis
de terror: las cifras que cada mañana se dan de contagiados,
hospitalizados, entubados
y muertos, dosis de bondad, cuando
se pide a los confinados que se
manifiesten
aplaudiendo en sus ventanas y enviando felicitaciones de Navidad a
través de los móviles y dosis de afeamiento y amenaza para que
no se difundan críticas a la gestión del gobierno.
La
segunda consecuencia es el empobrecimiento. Hay un empobrecimiento
económico que está por ver su alcance. Y hay un empobrecimiento
moral. La gente ha aceptado el encierro. No se ha planteado si era
necesario, no ha discutido si es una imposición tolerable, si había
otras soluciones, no ha comparado con lo que se ha hecho en otros
países. La información que recibe es a través de las pantallas:
móvil y televisión. Los medios críticos son pocos. Algunos
programas de radio y algunos periódicos. La información que llega a
las pantallas es volátil, titulares cuya circulación repetida
insistentemente se fija en forma de memes. El análisis crítico
sigue estando en los periódicos de papel; muy pocos se desplazan al
quiosco para comprarlos.
La
tercera consecuencia es la tentación autoritaria del gobierno, una
tentación en la que está cayendo. Disminuido el Parlamento, casi
cerrado, disminuida la oposición, disminuida la prensa, controlada la televisión, EFE, el CIS, la fiscalía, el CNI, ¿la Guardia Civil?, encerrada la
población, la principal preocupación del gobierno es asegurarse su
continuidad y permanencia. El objetivo prioritario
no
es aminorar el estrago de la pandemia, la gestión no ha podido ser
peor, los datos están ahí, ni afrontar las consecuencias económicas
del confinamiento, no hay plan alguno que lo
prevea. La preocupación del gobierno uno y trino es asegurarse el
poder. Su resorte es la propaganda: colonizar la mente de los
encerrados con ideas simples y emotivas. Para
ello ha hecho circular varias ideas. La
de
la semana pasada,
la idea de la guerra, el ejército y el jefe al mando (una guerra sin
enemigo, el virus si siquiera es una entidad viva del todo)
como
la de la semana anterior,
culpar a la UE como socios insolidarios, tenía poco recorrido, y
a la derecha no se la podía culpar del todo; la de
la semana entrante,
estimular la bondad hacia los niños que tienen que salir a pasear
está
en curso
(no se puede estimular la piedad hacia los ancianos, enfermos o
fallecidos, ni hacia sus familiares porque podría volverse contra el
gobierno o
eso creen).
Y
una conclusión desesperanzadora. No había una situación previa de
opresión. Estamos, o estábamos, en una democracia no en un régimen.
El pueblo no puede liberarse de algo que no le oprime, pero puede
renunciar. El pueblo renuncia a ser libre. No ve la política, la
organización de la vida pública como asunto propio, en el que
participar y decidir. No discute las medidas del gobierno, las acata.
("Los españoles son los ciudadanos occidentales que con más
rigor han cumplido las limitaciones de la movilidad", dice pedro
sánchez). No se rebela contra las sucesivas imposiciones, calla y
acepta cada una de ellas, las que le confinan, las que le arruinan.
Creímos, hasta hoy hemos creído, que el hombre liberado de la
necesidad lucharía por ser un hombre libre (Hannah Arendt definía
esta idea con un hermoso sintagma: libertad para ser libres). El hombre
no desea la libertad. Renunciando a ejercer su libertad está
sometiéndose a una opresión que antes no existía.
El
gobierno trino se ha manifestado muchas
veces
contra el neoliberalismo y
su idea de
que el mercado con sus agentes egoístas es el mejor regulador
económico, pero ellos, la
trinidad que gobierna,
son el mejor ejemplo de egoísmo. Como si la codicia de los inversores fuera más corrosiva que la ambición de los políticos. Su
pasión por el poder (que les impide formar un gobierno nacional) les
hace indiferentes a las necesidades del conjunto de la sociedad, o
las posterga, y
corrompe el sentido moral de la vida pública, por medio de la
selección de amigos y agentes que les defienden y promocionan en la
administración y en los medios (propaganda), en vez de escogerlos
para atender al
bien común (política).
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