“Durante el brote [de peste] que se produjo con Cómodo en el trono, un observador culto e informado como el senador e historiador Dion Casio —que ocuparía un puesto en el consejo de dos emperadores— afirmaba que con frecuencia morían 2.000 personas diarias en la ciudad de Roma y muchas más a lo largo y ancho del Imperio. Estos infortunados, creía él, “perecían a manos de criminales que impregnaban unas agujas minúsculas con sustancias mortíferas y recibían un pago por infectar a la gente”. No se revela la identidad ni la motivación de quien lo pagaba, pero el lector podría asumir que se trataba del mismísimo y malvado emperador Cómodo”.
La
dimensión
de lo que estamos viviendo, la
medida exacta de su realidad,
lo sabremos cuando se convierta en drama personal. Para muchos ya lo
es. No para la mayoría de la población que
está anestesiada. La suma de esos dramas puede convertirse en
tragedia nacional. Por eso es necesario el pacto, la
escenificación de la unidad, la
disputa política debe mutar en proyecto
colectivo.
Todos
tenemos un programa de máximos. También de mínimos. La diversidad
de ideas, como la biodiversidad en el planeta, es lo que nos hace
prosperar. Por ensayo y error sabemos cuáles de esas ideas son
nocivas, aunque mucha gente crea (ese es el verbo) que son las
buenas. Los populistas atraen con ellas a los crédulos
desinformados. Les entusiasman con ilusiones. Nadie
cree en la actualidad que haya malévolos que nos impregnan el virus
con minúsculas agujas, pero abundan los crédulos entusiastas,
economistas
y filósofos e historiadores como Dion Casio, que escriben recetas y
conjuros para
una vida sin mercado y sin globalización. Los
populistas nos gobiernan en este momento crítico. Desgraciadamente
tenemos que contar con ello. Tenemos que contar con ellos. La
democracia los ha puesto en esa posición. Lo aceptamos. Pero hemos
de salir de esta. Así que vamos a pactar con ellos. Presionemos para
pactar con ellos. Con todos ellos, no queda otra. No tenemos más
remedio que abrazarnos a los ciegos e intentar guiarlos. Incluso, si
tenemos que romper nuestro programa de mínimos.
¿Cuáles
son las virtudes del pacto? Reiniciar, programar el futuro, es
la más importante. Pactando se verán obligados a aceptar cosas que
de otro modo no harían, ideas que saben necesarias pero que su
dinámica populista les impide aceptar. El pacto ayudará a rebajar
la toxicidad ambiental en que nos ahogamos. El pacto impedirá que
los radicales incendian las calles (sí, hay que aceptar a
los radicales
en el pacto). Un pacto de país hará que la clase política asuma
responsabilidad y costes, que los ciudadanos lo vean como un impulso
unitario y, lo más importante, que no tengamos que acudir al rescate
(UE o FMI) con durísimas condiciones al estilo griego. ¿O es que
queremos que las pensiones sean rebajadas un 30 % y la sanidad en dos
tercios como ocurrió en Grecia? Tendría su gracia que los que ahora
piden desglobalizar,
acabar con el neoliberalismo y una nueva economía, que despotrican
contra los recortes, de nuevo, si tomaran
del todo el poder, se vieran obligados a aceptar a los hombres de
negro como hizo Tsipras. Otra vez. Aunque no hay que escandalizarse,
en su marcha hacia la estación Finlandia, el objetivo no es salir
bien de la crisis sino tomar el poder y
para ello cuanto peor mejor. Unos rigurosos
y unitarios pactos de país crearán las condiciones para una salida
virtuosa.
Como
es probable que el gobierno siga en la propaganda y, en realidad, no
desee el pacto, la oposición debe forzarlo, no darle la oportunidad
de decir que ella
no
lo quiere. Porque es evidente que tras armar un gobierno basado en la
estrategia dualista amigo/enemigo (Carl Schmitt), les va a resultar
casi imposible sentarse en la mesa con el enemigo que han forjado.
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