miércoles, 15 de abril de 2020

La paradoja de la cooperación



Escribe Tim Flannery que cualquier especie en algún momento se encuentra en un cuello de botella para prosperar del que sale o bien al estilo Medea (mito), agotando con furor suicida los limitados recursos de que dispone, lo que le lleva a la extinción, o encontrando una solución cooperativa, creando un superorganismo común que regula la vida de la especie (como las hormigas o las abejas) o encontrando formas de colaboración con otras especies dentro del ecosistema. Competencia suicida contra cooperación. Si como especie hemos prosperado en tan poco tiempo se debe a que la variedad genética entre humanos es muy pequeña. Algo sucedió antes de la revolución agrícola. El ‘escarceo con la extinción’ humana lo sitúa Flannery hace 70.000 años tras el estallido del volcán Tambora, que alteró de golpe la atmósfera, bajando la temperatura entre 2 y 5 grados, que casi nos llevó a la desaparición. Todos los humanos procedemos de las pocas parejas supervivientes, entre 1.000 y 10.000, de ahí la uniformidad genética, mayor que la de la mayoría de los mamíferos, lo que facilitó una ‘humanidad esencial’ presta a cooperar. Una especie de revolución cognitiva hizo posible, con el tiempo, un cambio de vida del cazador recolector al agricultor. El primero tenía que saber de todo: cazar, vigilar, defender, cuidar la progenie, en la vida comunitaria del segundo las tareas se fueron repartiendo. Para el primero la supervivencia era dura, competía con otras especies y con otros clanes, un altísimo porcentaje de la población moría de forma violenta, para el segundo la vida se fue haciendo más segura, cooperaba. La cooperación cultural de las sociedades humanas nos ha traído hasta aquí. La paz y la seguridad prosperan donde hay cooperación. Para el Peace Research Institute de Oslo las guerras tienden a desaparecer. Entre 1946 y 2002 los muertos en combate en el mundo han disminuido en más del 90 %.

La vida en las sociedades agrícolas y urbanas es ambivalente. La división del trabajo (la magia que hace posible la prodigiosa productividad de nuestras sociedades industriales, según Adam Smith) que les es propia nos asegura una vida más próspera, más larga, más completa. A cambio nos hace más torpes, menos inteligentes. En general nos especializamos en una cosa (albañiles, profesores, médicos, policías, torneros) y somos inútiles en las demás. La sociedad es cada vez más poderosa pero los individuos más incompetentes. Con la robotización tememos que la tendencia aumente. No tendremos una habilidad útil para la sociedad. ¿Seremos prescindibles? El cerebro será un instrumento sobredimensionado. De hecho, según Flannery, después del último periodo glaciar hemos perdido masa cerebral (10% los hombres; 14% las mujeres). Escribía Adam Smith:
El hombre cuya vida entera se dedica a realizar unas pocas operaciones sencillas [...] generalmente se vuelve tan estúpido e ignorante como resulta posible que lo haga una criatura humana. El sopor de su mente le hace no solo incapaz de disfrutar de cualquier conversación racional, o de participar en ella, sino de concebir cualquier sentimiento generoso, noble o tierno [...]. Sobre los grandes y extensos intereses de su propio país es totalmente incapaz de opinar; y a menos que se hayan tomado medidas muy particulares para que sea de otra forma, es igualmente incapaz de defender a su país en la guerra”.

No sé si se pueden extraer consecuencias de esos datos con respecto a la actualidad. La tentación es grande. Como sabemos tan poco de casi todo depositamos nuestra fe en expertos especializados y en líderes que creemos más sabios que nosotros mientras nos desentendemos de los graves problemas. En una sociedad tan tecnológica como la nuestra, donde desconocemos lo más básico del funcionamiento de las cosas, la división del trabajo que nos ha hecho avanzar tanto ha limitado el conocimiento especializado de que disponemos y por tanto nuestra capacidad de juicio, no solo para comprender los procesos sino para elegir y decidir. Confinados en nuestras casas miramos la pantalla embobados y esperamos que alguien decida por nosotros. Dóciles, domesticados, indefensos.

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