lunes, 13 de abril de 2020

O que arde y La virgen de agosto



Veo ahora dos películas del 19 que tuvieron buenas críticas aunque no creo que gozasen de cartelera. Voy a intentar explicar por qué creo que son originales y por qué no deberían caer en el olvido. Las dos las he visto con diferente actitud y aún no sé si ello se debe al modo de concebirlas sus directores o a mi diferente disposición.


Ante O que arde me han intrigado sus personajes excéntricos. El director sitúa el escenario en el bosque de eucaliptos gallego que tan bien arde, por ser de eucaliptos y por ser gallego. si se me permite la broma. La secuencia inicial en la que aparecen árboles arrancados y cayendo es magnífica, parece que vayamos a entrar en un relato fantástico. Son dos los protagonistas, un hombre que llega a la aldea tras haber cumplido dos tercios de condena por provocar incendios y su madre. Ambos están vestidos, se mueven, hablan, poco, como lo deben hacer en sus vidas cotidianas. Un Kaurismäki rodando un documental, diría de Oliver Laxe, el director. No puede decirse que sea una película de ficción, porque no suceden cosas, salvo el ocasional encuentro de ambos personajes con sus vecinos, entre la indiferencia y una hostilidad latente, salvo tras un nuevo incendio del bosque cuando la película termina, donde la primera desaparece y deja sola a la segunda. Pero tampoco que sea un documental. No interpretan, ni recitan guión delante de la cámara, simplemente son, están delante de la cámara, entre la naturalidad y una cierta torpeza pues se saben filmados. La cámara los filma en su escenario natural.


En La virgen de agosto, por el contrario, desde la primera imagen me he visto como un mirón. Tampoco sé, en este caso, si es lo que Jonás Trueba pretende de mí o se debe a un distanciamiento natural. Doblo en edad a la protagonista, lo que ella espera de la vida para mí es pasado resuelto. La virgen de agosto es una chica que se queda a pasar el verano en el Madrid tórrido abandonado por sus vecinos. El hecho coincide con el inicio de su independencia: le prestan un piso céntrico y está a la espera de lo que la vida le pueda deparar. En esa espera está todo. La película se estructura en torno a las hojas del calendario que van cayendo en los primeros días del mes, hasta el día de la virgen. Van pasando chicos y chicas, muchos de origen foráneo, las conversaciones convencionales, con apariencia de naturalidad, con aire rohmeriano, los rincones de Madrid, el río, los bailes y fiestas, las horas de soledad, lectura y aburrimiento, sin un aparente hilo que una todo eso salvo el anhelo semioculto de la chica, hasta que en las últimas escenas aparece un chico con el que la protagonista encuentra afinidad.

Así que en O que arde no me he sentido viendo una película sino intentando descifrar dos personalidades poco comunes, absorto en la extrañeza, tratando de empatizar con ellos, como el arte del cine nos pide cada vez que le damos crédito. En La virgen de agosto por el contrario no me he sentido partícipe de lo que ocurría sino alguien vergonzoso que observa tras la ventana o por una mirilla, un voyeur. Como el mirón que mira la exposición de la belleza en un rosal pletórico, en un gorrión que bailotea en el tejado o en un bodegón de Zurbarán. Jonás Trueba ha filmado la evolución de la juventud de su protagonista para que se la admire. De hecho, como culminación, y yo esperaba, al final hay un desnudo a medias. Dos hermosas películas.


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