Veo
ahora dos películas del 19 que tuvieron buenas críticas aunque no
creo que gozasen de cartelera. Voy a intentar explicar por qué creo
que son originales y por qué no deberían caer en el olvido. Las dos
las he visto con diferente actitud y aún no sé si ello se debe al
modo de concebirlas sus directores o a mi diferente disposición.
Ante
O
que arde
me han intrigado sus personajes excéntricos. El director sitúa el
escenario en el bosque de eucaliptos gallego que tan bien arde, por
ser de eucaliptos y por ser gallego. si se me permite la broma. La
secuencia inicial en la que aparecen árboles arrancados y cayendo es
magnífica, parece
que vayamos a entrar en un relato fantástico. Son dos los
protagonistas, un hombre que llega a la aldea tras haber cumplido dos
tercios de condena por provocar incendios y su madre. Ambos están
vestidos, se mueven, hablan, poco, como lo deben hacer en sus vidas
cotidianas. Un Kaurismäki rodando un documental, diría
de Oliver Laxe, el director.
No puede decirse que sea una película de ficción, porque no suceden
cosas, salvo el ocasional encuentro de ambos personajes con sus
vecinos, entre la indiferencia y una hostilidad latente, salvo tras
un nuevo incendio del bosque cuando la película termina, donde la primera desaparece y deja sola a la segunda. Pero
tampoco que sea un documental. No interpretan, ni recitan guión delante de
la cámara, simplemente son, están delante de la cámara, entre la
naturalidad y una cierta torpeza pues se saben filmados. La cámara
los filma en
su escenario natural.
En
La
virgen de agosto,
por el contrario, desde la primera imagen me he visto como un mirón.
Tampoco sé, en este caso, si es lo que Jonás Trueba pretende de mí
o se debe a un distanciamiento natural. Doblo en edad a la
protagonista, lo que ella espera de la vida para mí es pasado
resuelto. La virgen de agosto es una chica que se queda a pasar el
verano en el Madrid tórrido abandonado por sus vecinos. El hecho
coincide con el inicio de su independencia: le
prestan un piso céntrico y está a la espera de lo que la vida le
pueda deparar. En esa espera está todo. La película se estructura
en torno a las hojas del calendario que van cayendo en los primeros
días del mes, hasta el día de la virgen. Van pasando chicos y
chicas, muchos de origen foráneo, las conversaciones convencionales,
con apariencia de naturalidad, con
aire rohmeriano, los
rincones de Madrid, el
río, los
bailes y fiestas, las horas de soledad, lectura y aburrimiento, sin
un aparente hilo que una todo eso salvo el anhelo semioculto de la
chica, hasta que en las últimas escenas aparece un chico con el que
la protagonista encuentra afinidad.
Así
que en
O
que arde
no me he sentido viendo una película sino intentando descifrar dos
personalidades poco comunes, absorto en la extrañeza, tratando de
empatizar con ellos, como el arte del cine nos pide cada vez que le
damos crédito. En
La
virgen de agosto
por el contrario no me he sentido partícipe de lo que ocurría sino
alguien vergonzoso
que observa tras la ventana o por una mirilla, un voyeur. Como el mirón que mira la exposición de la belleza en un rosal
pletórico, en un gorrión que bailotea en el tejado o en un bodegón
de Zurbarán. Jonás Trueba ha filmado la evolución de la juventud
de su protagonista para que se la admire.
De
hecho, como culminación, y yo esperaba, al final hay un desnudo a medias. Dos hermosas películas.


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