domingo, 19 de abril de 2020

Extinción



James Lovelock erró al valorar la importancia que los CFC (clorofluorocarburos) tenían en relación a la composición de la atmósfera y nuestra salud. En la disputa que mantenían los verdes con las empresas químicas, se puso de lado de estas. Hoy los CFC están prohibidos porque se ha demostrado su toxicidad y su influencia en la capa de ozono, al liberar los átomos de cloro que la destruyen. Pero fue Lovelock quien inventó el medidor de gases en la atmósfera (el detector de captura de electrones ECD) que detectó los CFC. También tuvo la idea de que la composición química de la atmósfera tendería a la entropía, al desorden, como ha sucedido por ejemplo con Venus hasta convertirlo en un planeta estéril, si no fuese porque algo distingue a la Tierra que hace que la química de la atmósfera se mantenga en equilibrio, la vida. Sus aciertos son descomunales, el más importante haber visto antes que nadie la dinámica entre los tres componentes esenciales de nuestro planeta, los océanos, la masa continental y la atmósfera. Buscó un nombre para esa idea, Gaia: la Tierra funciona como un superorganismo que se autorregula, no en el sentido de que sea un ser vivo, sino en el de interrelacionar los distintos elementos, ordenados por la biosfera. Como todas las ideas novedosas que van en contra de lo asentado, fue muy discutida y Lovelock despreciado e insultado. Es una historia que se repite con los grandes descubridores.


La idea de que la humanidad se acerca a su extinción no es nueva. La especie humana es otra especie más. Toda especie tiende a la expansión exponencial, pero la superpoblación encuentra un límite. O corre hacia su extinción o encuentra el modo de autorregularse. Ninguna especie se salva, ni los conejos australianos ni la hormiga cortadora de hojas. ¿Y los humanos? Esto decía Malthus en 1789:
"Las epidemias, la pestilencia y la peste avanzan en terrible formación, y barren a sus víctimas por miles y decenas de miles. Si el éxito todavía fuera incompleto, la hambruna gigantesca inevitable les va a la zaga, y con un poderoso golpe, nivel a la población con los alimentos del mundo".

El catastrofista Malthus veía la barrera a nuestra expansión poblacional en los recursos limitados del planeta. Como los conejos australianos que saltaron por encima de los cadáveres de sus congéneres que se acumulaban en las vallas que el gobierno había puesto para contenerlos, hemos encontrado el modo de soslayar la prohibición maltusiana mediante la tecnología de la industria agroalimentaria y la planificación familiar.

James Lovelock no cree, sin embargo, que tengamos tanta suerte con la amenaza del cambio climático. Según él, “nueve de cada diez seres humanos que vivan durante este siglo morirán por causas relacionadas con el clima dejando una población de tan solo unos pocos cientos de millones, aferrados a refugios en lugares como Groenlandia o Nueva Zelanda. Nuestra civilización global quedará destruida”.

Para la maldición Malthus (los recursos alimentarios son insostenibles para mantener a la población mundial y, en consecuencia, habrá guerras y hambrunas que diezmarán a la humanidad.) hemos encontrado solución: la llamada transición demográfica. La planificación familiar y el gusto por la libertad y comodidad del individuo en las sociedades desarrolladas, que sacrifica el mandato de la reproducción (el gen egoísta) por el propio bienestar. ¿Encontraremos remedio a la anunciada catástrofe climática?

La pequeña catástrofe que estamos viviendo ahora en todo el mundo nos hará más sabios, nos servirá de advertencia y nunca más escogeremos para gobernarnos a ineficientes populistas que tengan que enfrentarse a los episodios que nos esperan. ¿O estoy equivocado?

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