viernes, 24 de abril de 2020

La libertad de ser libres


¿Qué sentido tiene ser libres si no es vivir libres? ¿Qué valor tiene una libertad política sino como medio de alcanzar la libertad moral? ¿Es de la libertad de ser esclavos o de la libertad de ser libres de lo que nos jactamos?”. (Henry David Thoreau «Life Without Principle», 1863).


Distinguía Hannah Aredt entre dos tipos de libertad, la liberación de la opresión y la libertad para ser libres. Desde el XVIII, desde que la revolución adquirió el sentido que para nosotros tiene hoy, en los procesos revolucionarios se han dado dos momentos diferenciados. Comienza siendo una lucha contra un régimen opresor, con la voluntad de restaurar un orden perdido (sentido originario de la revolución como ciclo que recomienza), liberándose del tirano y, como sin querer, por el camino, aparece otro movimiento subterráneo en que se halla implicada la libertad, el deseo inconsciente, no buscado, del pueblo, de convertirse en ciudadanos, de adquirir y poseer una libertad pública, que haga partícipe a cada uno del debate y del ejercicio del poder. La revolución se transforma en proceso revolucionario. Pone los ejemplos clásicos de las revoluciones americana y francesa. La primera es un ejemplo de éxito, la segunda de fracaso. En la americana separa dos momentos, la guerra de independencia, por medio de la cual las trece colonias se liberan del absolutismo inglés, y el proceso revolucionario, en el que de forma sobrevenida, el pueblo participó en asambleas locales y estatales para crear un poder nuevo expresado en la primera constitución del mundo. La libertad ‘restaurada’ se transformó en proclama de los derechos civiles (vida, libertad y propiedad) como derechos inalienables de todos los seres humanos. Algo parecido ocurrió en Francia a partir de 1789. Lo que comenzó siendo una voluntad de restaurar el orden y la racionalidad perdida en la monarquía absoluta acabó generando órganos de un nuevo poder. El que uno fuese exitoso y el otro acabase en el terror se debió a la situación de miseria que se vivía en Francia. En cambio en la América de las colonias se vivía una ‘adorable igualdad’, donde el individuo más desgraciado, según Jefferson, estaba en mejor situación que diecinueve de los veinte millones de habitantes de Francia. Los cientos de miles de esclavos que malvivían en las colonias no estaban en condiciones de convertirse en sujetos de ciudadanía. La miseria, en Francia, desbordó los cauces del poder constituyente (Les malhereux sont la puissance de la terre”, Sant Just), hacia el terror. Ese surgimiento espontáneo, inesperado, de la voluntad de hacerse con el poder, de buscar cauces para que se exprese la ‘libertad pública’ ha aparecido muchas veces en la historia. Arendt menciona unos cuantos: 1848, la Comuna de París, los consejos soviéticos, los espartaquistas, la revolución húngara de 1956, a los que se podría añadir los que se formaron en el este tras la caída del muro, la Primavera Árabe o el 15-M en nuestro país. La mayor parte de las veces esa voluntad de empoderarse de los ciudadanos acaba en fracaso por el sabotaje de revolucionarios profesionales como bien conocemos aquí. Liberación del tirano y libertad política no son la misma cosa. “La liberación es de hecho una condición de la libertad, aunque la libertad no sea en absoluto una consecuencia necesaria de la liberación”. Estas ideas aparecen en Sobre la revolución.


En un opúsculo más breve, aparecido póstumamente, Sobre la libertad, Hannah Arendt da una vuelta de tuerca a su pensamiento político, a partir de una nueva oposición. Distingue entre una libertad negativa, aquella que busca liberarse de la opresión y una afirmativa, la voluntad de ser libres. Este nuevo dualismo, más moderno, más clarificador, nos ayuda a levantar el velo sobre la vida política en la actualidad. Para que esa libertad sea posible hay un condicionante. Hasta no hace mucho solo los hommes de letres disponían de libertad de espíritu. Sus condiciones materiales se lo permitían. Lo que conocemos como historia de la humanidad es la historia de unos pocos privilegiados. Libres de necesidad desconocían el miedo, por lo que podían desarrollar el gusto por la libertad y la igualdad que acarrea, señala Arendt.
Tanto si acaba con éxito, con la constitución de un espacio público de libertad, como si termina en desastre, para los que se arriesgaron a emprenderla o a participar en ella contra sus inclinaciones y sus expectativas, el significado de la revolución es la actualización de una de las potencialidades más grandes y más elementales del hombre, la experiencia sin igual de ser libre para emprender un nuevo comienzo, de donde proviene el orgullo de haber abierto el mundo a un Novus Ordo Seclorum”.

Cada vez que tiene ocasión, tras un proceso revolucionario de liberación, el hombre quiere conquistar una libertad que le haga igual a los demás. Todo parecía que, al menos en Occidente, habíamos llegado al punto en que la necesidad había desaparecido de nuestras vidas y, en consecuencia, podíamos optar a la libertad de ser libres. Pero cabe preguntarse si, ya antes de la extraordinaria situación en que nos encontramos, la gente quería ser libre. Los movimientos populistas están en el poder en buena parte del mundo antes de ahora. Ahora, el miedo volverá a nuestras vidas y con él el gusto por la libertad desaparecerá. Me gustaría equivocarme.


No hay comentarios: