sábado, 25 de abril de 2020

Al dictado



No es de ahora, es antiguo el miedo a guardarse la opinión porque los interlocutores son más y tienen más poder y el temeroso no quiere que le arrinconen con una simple palabra que contiene el suficiente desprecio y humillación como para sentirse excluido. Sabe que defiende lo más razonable, que está mejor informado, que las soluciones que plantea a los problemas son menos dañinas y más abarcadoras pero aún así se calla porque la mayor parte de las veces está solo y quienes podrían apoyarle son más cobardes. Ocurre en la vida de la gente común sin mayores consecuencias que el silencio y la pérdida. Pero también ocurre en la vida pública, allí donde se juega la partida de la distribución del poder y los recursos. Un ejemplo. El insidioso descrédito a que están sometiendo a los jueces. La presión es tan fuerte que algunos cederán. Lo hemos visto en algunas sentencias recientes. No sólo quieren que a los suyos no se les toque ni un pelo sino que dicten sentencias políticas: no que se haga justicia sino que sigan el dictado. Así se va minando la neutralidad del Estado, corrompiéndolo.

Creen que ‘la mujer’ es suya, que suyo es ‘el ecosistema’ o que ‘la pobreza’ es de su propiedad (a los obreros parece que los tienen un poco descuidados), como durante 2000 años así lo ha creído la Santa Madre Iglesia. Creen que tienen las mejores ideas, pero solo tienen memes gastados por tanto tránsito. Las ideas más frescas, las mejores no las tienen ellos. Y cuando lo adivinan, estigmatizan a quienes las defienden, lo ensucian, lo envilecen porque del mismo modo que los productos no debe regularlos el mercado, tampoco las ideas deben ser debatidas y confrontadas en la plaza porque en ese mercado no ganarían y lo que les importa no es producir y distribuir mejor, del modo más eficiente y justo, sino tener el poder. Un poder sin contestación, con todos los órganos del Estado politizados, con la oposición disminuida (ya veremos si encarcelada) y los ciudadanos convertidos de golpe en ‘pueblo’. Un pueblo obediente, aplaudidor, callado. Por eso sus enemigos mayores son la libertad y la igualdad.

Es tal su exhibición de poderío, tal su abrumador dominio de los medios y las redes, las universidades, las calles, los bares, tal su intimidación, que tengo la impresión de volver a la lucha antifranquista. Que al igual que entonces hay que volver a las alcantarillas, a hacer fotocopias y repartirlas con sigilo, a las quedadas en bares oscuros con los pocos amigos que saben y no tienen miedo. Ha cambiado sin embargo una cosa, entonces los ricos estaban con Franco. Ahora, como muy bien ve Quintana, están con los reaccionarios de izquierdas. Jaume Roures y toda su pandilla es el epítome. Otra vez defendiendo lo básico: la libertad y la igualdad.

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