sábado, 28 de marzo de 2020

Por qué



Cuando nos conformamos con una palabra, una frase, un giro, que supuestamente contiene una explicación ordenada de algo complejo que nos preocupa, nos asusta o no comprendemos desaparece el niño que éramos, aquél que por más que le decían esto y lo otro él seguía preguntando por qué y por qué y por qué. Hasta que un adulto le decía, bueno, calla, calla ya, eso es así porque sí. Así fue creciendo ese niño, conformándose, dejando de hacer preguntas, aceptando que las cosas son así, sin más. Pero los fenómenos que observamos, los que nos afectan y los que parecen lejanos, no tienen una explicación sencilla, todo lo que es es un cruce de influencias que requiere tiempo, paciencia e inteligencia para ser entendido. Tuvo que tener suerte o una férrea voluntad aquel niño para no conformarse y buscar el orden y la composición de las cosas, unos padres pacientes, un profesor meticuloso o un inconformismo natural. Pero no es eso lo que sucede con la mayoría. El porque sí así son las cosas suele ser el único bagaje intelectual de que dispone la mayoría para interpretar el mundo. Con algo tan endeble, no es raro convertir un concepto, o una corta serie de ellos, en artículos fijos, inmutables, en el comercio de las ideas. En una discusión no se tiene otra cosa que aportar y como en ese estado deplorable de intelección suele estar la mayoría, la discusión sobre un asunto complejo se acaba pronto porque el que sigue preguntando por qué está en minoría y pronto se le tacha de raro o excéntrico y hasta de asocial. El adulto infantilizado, el que no fue capaz de desarrollar un mundo propio donde tratar de encajar sus preguntas, sus preocupaciones, sus angustias, inhábil para seguir preguntando, necesita de una instancia superior a la que confiarse y en la que confinarse.

Así estos días en que la gente procura atajar sus miedos buscando respuestas sencillas, ya probadas, no para entender sino para explicar (al dictado) el origen del virus y del desastre de su gestión sanitaria.


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