Para
conservar la salud estos días parece necesario un doble
confinamiento, el común a todo el mundo, que nos saca de la calle y
de
la posibilidad de ir al campo,
y el
de la propia gente que se abarrota en las salas contaminantes de
WhatsApp. No es fácil dar con un mundo paralelo en el que sentirnos
a gusto. Por supuesto está la familia cercana, con quien podemos
contactar por videoconferenca, el gran descubrimiento de estos días.
Están los verdaderos amigos, que son pocos y a menudo viciados por
la disputa tonta. Está la lectura. Pero sucede, al menos para mí,
que siempre estoy buscando entender el problema del momento, y ahora
tenemos uno gordo, que no encuentro una novela lo suficientemente
buena, y en cuanto a los ensayos parece que de golpe todos se hayan
quedado viejos. No obstante leo con provecho dos libros: El
junco infinito
de Irene Vallejo, una amenísima
historia del libro, y Orígenes:
Cómo la historia de la Tierra determina la historia de la humanidad,
de
Lewis Dartnell, del que ya había leído su curioso, Abrir
en caso de Apocalipsis: Guía rápida para reconstruir la
civilización.
Ambos se leen con fluidez y el último podría ser apropiado para los
días que corren, una especie de kit, hágalo usted mismo,
desde lo más sencillo a lo más complejo, de la química a la
medicina, de la agricultura a
la producción de electricidad
en caso de que tuviésemos que reiniciar
la civilización. Esperemos que no tengamos que llegar a tanto.
Aunque
no era de libros de lo que quería comentar sino de un
entretenimiento más
liviano, al que nos entregamos, al menos yo, a última hora del día.
Las series que no te toman por tonto. Hay pocas, pero las hay. La
última que he descubierto es Sherlock.
Son tan solo 13 episodios que se han ido emitiendo en cuatro
temporadas pero que yo había despreciado como policíaco barato.
Pero de eso nada. Cada uno tiene formato de película, 90 minutos, y
cuenta con dos estupendos actores, Benedict Cumberbatch, Martin
Freeman. Los dos primeros episodios son flojos o al menos a mí me lo
parecieron pero luego coge carrerilla y hasta el final proporciona un
disfrute total. Todo en ella es bueno, la maestría de los efectos
especiales, la
escenografía londinense, el guion,
a ratos tan enrevesado que es difícil seguir, los personajes
principales
y secundarios, estereotipos funcionales en las historias de género,
y el lujoso envoltorio, un derroche de producción, y por encima de
todo el personaje de Sherlock, una exhibición de inteligencia
deductiva que, aunque no nos resulte del
todo creíble
nos admira su posibilidad, dentro del
cuerpo de un asperger
del siglo XXI que lo tiene difícil para entender las emociones.
Todo un hallazgo.

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