martes, 24 de marzo de 2020

Contemplo el infinito



Tengo poca naturaleza a mi alcance, un edificio de ladrillo a pocos metros me cierra el mundo, pero me las apaño. La ventana junto a la que ahora escribo sobresale de la casa de tal modo que por el lateral abierto, siguiendo una estrecha calle peatonal, contemplo el infinito: el ficus del salón, un cerezo ornamental que ahora brilla amado por el sol que se filtra entre las nubes (me pasaría horas contemplando ese cerezo encendido, de hecho llevo todo este rato haciéndolo), un abeto blanco más allá, con los brazos extendidos, y aún más allá la colina que asciende hacia el sur desde la ciudad que no veo desde aquí, la autopista del norte por la que veo cruzar camiones, los campos sembrados, ahora verdes, que forman una línea horizontal con las nubes, y la imaginación que completa lo que no alcanzo a ver, la Varga, Sarracín, Lerma, Madrid, Málaga, África, el infinito.

Con ese trozo de mundo, el que me ofrece la estrecha ventana lateral, tengo que valerme para no ahogarme entre las paredes de mi casa. Ni siquiera es mi casa, estoy de prestado por causa mayor. Mi casa está en otro lado. Aunque es ridículo hablar de casa propia cuando estamos cercados por la muerte, por la posibilidad de la muerte. Qué valen las posesiones. Tiene valor lo que no apreciamos porque lo tenemos sin esfuerzo y no echamos de menos, el espacio y el tiempo que nos impulsan, el azul, el verde y el blanco, el cielo, los campos y las nubes, los pájaros, qué seríamos sin ellos, abro la ventana para oírlos, el mundo, el nuestro, estaría incompleto sin ellos, de los árboles, lo mismo, qué voy a decir, imagina una ciudad sin ellos, una ciudad de solo ladrillo y cemento y antenas en los tejados y coches y pantallas y voces y tráfico, donde los niños hacia el colegio por las mañanas no oyesen trinos ni sus pies fuesen empapados por la humedad del bosque. Solo mezclarlos, poner juntos ambos mundos, la naturaleza y el artificio, repugna, y es por la necesidad de aire libre que genera el confinamiento.

Lo mismo sucede con profesiones, oficios, comportamientos, usos del tiempo. ¿Es que acaso es más humano ganar dinero, más allá del necesario, que estarse quieto y oír los sonidos del bosque? Puede que ahora recobremos una parte de lo perdido, que demos media vuelta a los valores. Sustituyamos la parte de los telediarios dedicada a los deportes por los avances científicos, reciclemos a toda esa legión de periodistas, una liga de proyectos de ingeniería en vez de la de fútbol, equipos de laboratorios en competición en vez de la NBA, Olimpiadas del transporte y la construcción espacial, ya no un Ronaldo y un Messi sino un cirujano y Elon Musk, equipos de gestores en vez de partidos.

Lentitud, miradas prolongadas, escucha atenta, conversación, retener el segundero para que el tiempo vaya más despacio.


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