domingo, 12 de enero de 2020
La sala Marte, de Rachel Kushner
Un libro que te gusta es un regalo. Aunque lo hayas pagado. Una buena novela es aquella que te traslada experiencias que no están a tu alcance, las cuenta bien y te emociona. Te emociona porque empatizas con los personajes, o porque hay poesía en el modo de contar o porque te hace ver cosas sobre el mundo que no habías visto o no habías sabido expresar. Es como si te diese voz para decir lo que hubieses querido decir aún sin saber que lo querías decir.
La sala Marte cuenta un mundo entero. Romy Hall es la artista principal, aunque hay muchas más, sobre todo mujeres. Es una novela feminista, pero no sé entretiene en decirlo, que lo es. No hace teoría. Cuenta experiencias del otro lado, experiencias solo de mujeres: hija pobre, madre pobre, trabajadora del sexo en esa sala Marte del título, usada, acosada como mujer, presa en una cárcel de mujeres. Desde esa perspectiva, los hombres no salen bien parados: padres, policías, guardias, acompañantes, acosadores. Desde esa perspectiva el mundo es brutal, violento, burocrático, inhumano. No redime, culpa y castiga. Sin esperanza para quien haya descarrilado. Los personajes son una colección de perdidas que salen de la cárcel para volver a entrar, que nunca saldrán o que esperan en el corredor de la muerte. Hay algún hombre, aparte de los sin nombre que son extensiones del Estado burocrático y brutal, inútil, intrascendente o incapaz de cualquier empatía.
Aún así en el lenguaje fluye la vida. El habla coloquial impregna la escritura, expresivo, ágil, poético y rudo. En el mundo de lo apartado, en el extrarradio de la normalidad también hay lugar para el optimismo y la celebración, la vida no se detiene. Hasta el personaje que mejor representa el machismo es visto con humor, humor burlesco, despectivo, descrita su circunstancia de tal modo que se entiende al mismo tiempo su comportamiento y el de la protagonista necesitada de liberarse de él.
Alguna vez hemos pensado que la novela había cumplido su ciclo, como aquello del fin de la historia, pero la experiencia humana no se acaba mientras haya hombres sobre la tierra. Hay que contarla. La novela es el mejor medio para hacerlo. Pero la autora no se queda en la gran variedad de experiencias que muestra, supongo que ha tenido acceso a buena información, también ensaya con el punto de vista que lo amplía desde el personaje principal a otros e introduce un elemento disruptivo, los diarios de Ted Kazinsky, Unabomber, seguidor violento del pacifista Thoreau, alguna de cuyas páginas interpola en breves capítulos. Una muy buena novela.
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