Leer
a Knausgård es toda una experiencia, no solo por el número de
páginas al que enfrentarse. En algún momento, al final de su última
entrega habla de su idea de contarlo todo. Pero ¿se puede contar
todo? Qué es ese ‘todo’, ¿tiene interés para el lector? La
novela, el ensayo, la escritura en general, el mismo arte, tiene por
objeto dar sentido a la vida del hombre. Éste, sin acercarse a esas
expresiones, también lo cree, cree que la vida tiene un fin. Hay
muchas maneras de contarse ese cuento, cada uno lo hace lo mejor que
puede. Pero cómo contar en una novela el todo desorganizado y
caótico que somos. La vida sólo alcanza algo de sentido cuando
morimos y alguien traza un hilo que va enhebrando lo que para ese
hombre hemos sido, o uno mismo lo hace en esos segundos del final en
que parece que se repasa una vida entera. La rutina a la que uno se
aferra cada día es la forma más cercana a la coherencia que
buscamos, pero aún así lo que pasa por nuestra cabeza:
sentimientos, deseos, esperanzas, desilusiones tienen una continuidad
relativa, cuando se someten a una obsesión o se fijan en un proyecto
compartido con otra persona o a un trabajo. Pero si uno pone proa
hacia la libertad todo eso deja de tener sentido. Si uno se despega
de rutinas y de proyectos para ser libre, vuelve el caos, lo
desorganizado.
El
periodismo lo intenta cada día, organizar el mundo y sus datos para
que del desorden agorafóbico el lector o el espectador tenga la
impresión de que todo está en orden, o lo que hacen los políticos
y su corte para apoderarse del relato, que la gente crea que las
cosas suceden como ellos las cuentan.
Por
nuestra mente cruzan constantemente infinidad de ideas, percepciones,
sensaciones, emociones, a las que normalmente no prestamos atención
porque las descartamos o rechazamos o porque una de ellas se acaba
imponiendo a las demás. Qué hace que eso suceda, aún no lo sabemos
del todo. Pero influye la vergüenza, la moral, el control social.
Así que pretender contarlo todo es ridículo. No somos una unidad
que tiene el control sobre todo lo que le pasa. Somos más bien una
entidad en un equilibrio inestable que trata por todos los medios de
acercarse a lo que uno piensa de sí mismo, o mejor a lo que cree que
los demás piensan de uno. Y qué diríamos, la gran preocupación de
K, sobre lo que pensamos de los demás, lo que él en su novela
cuenta de ellos. Nuestra imagen de los demás es parcialísima,
sabemos un mínimo de lo que los demás son, lo que nos atañe, lo
que percibimos, pero ni nos aproximamos a su realidad.
Así
que las últimas páginas de K doliente por lo que le ha hecho a su
mujer y a sus hijos escribiendo sobre ellos son aburridas,
lastimeras. Es como si toda la emoción acumulada por haber leído su
centón se evaporase de pronto por el desagüe. Uno esperaba que el
novelista nos ofreciese su realidad, su relato, el mundo que ven sus
ojos y que reconociese que las personas de su mundo observadas y
convertidas en personajes eran al fin fruto de su imaginación, pero
como todo creador que sufre el vértigo de la cima al final cree que
el mundo entero y complejo es obra suya sin que nada quede lejos de
su percepción. Se lamenta que su familia y conocidos se quejen de
cómo son retratados, que no se reconocen, que les duele. Hace
profesión de amor hacia Linda y sus hijos pero la impresión que da
es que la situación que ha creado se le ha ido de las manos, con lo
fácil que habría sido decir que lo que contaba es, era, su modo de
ver las cosas, incluso podría haber cambiado los nombres y decir que
los que aparecen son personajes literarios no personas reales. Por
ello, estas no están entre sus mejores páginas. Al final, en la
última página, hay una confesión de realismo que de algún modo
pone en cuestión toda su voluntad de contar las cosas tal como son:
"La historia del verano pasado, que acabo de relatar, tiene un aspecto completamente distinto a como fue, lo sé. ¿Por qué? Porque Linda es un ser humano, y lo esencial de ella es algo que no se deja describir, su determinada presencia, su manera de ser y su alma, siempre presentes, junto a mí, que yo veía y conocía, independientemente de lo que por lo demás ocurría. No estaba en lo que hacía, no estaba en lo que decía, estaba en lo que era". Dice más: “Si la hubiera hecho más cruel [la novela], hubiera sido más verídica”.
Hay
una distancia entre el mundo tal como lo percibimos, el mundo tal
como los demás lo perciben y el mundo tal como es, independiente de
nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario