He
dado cuenta del último volumen de Min kamp, Mi lucha,
el exagerado proyecto biográfico y literario del escritor noruego
Karl Ove Knausgård, imponiéndome a la tentación de abandonar la
lectura. Fin tiene 1023 páginas. De los seis volúmenes me he
zampado cuatro, La
muerte del padre, Un
hombre enamorado, Tiene
que llover y este Fin. No sé si leeré los dos que me
quedan. Como en este último recapitula todo el proyecto, poco me
queda por conocer.
En
Fin todo parece indicar que Knausgård ha acabado con todo,
con su vida familiar, Linda, su segunda mujer, y él se han
divorciado posteriormente, con la literatura, entendida como arte,
acaba melodramáticamente: “ya no soy escritor”, es su última
frase, y hasta diría con la propia vida, como si hubiese desvelado
las claves de sus respectivos misterios y nada quedase al albur. Es
la ambición de todo creador que se cree un genio, destruir el mundo
conocido para recrearlo. Cómo lo va a recrear. No sé qué será de
su vida familiar, aunque se haya divorciado de dos mujeres, sigue
teniendo a sus hijos, de los que deja escrito que daría la vida por
ellos, y, además, sigue publicando, lo que quiere decir que, al fin,
lo suyo no era más que ambición literaria. Nadie es el último
hombre sobre la tierra, tampoco el primero. Muchos antes que él,
muchos después de él querrán hacerse con el mundo.
Fin
tiene tres partes. En la primera vuelve a la escritura morosa de lo
cotidiano, la vida familiar con los niños y con Linda, hacer la
comida, vestirlos, llevarlos a la guardería, al parque, el pesado
trabajo de la crianza, los cuentos antes de dormir, las compras, las
conversaciones que uno tiene al teléfono o en una sala o en un bar,
los amigos, la madre y la suegra, mientras busca tiempo para
escribir. Junto a ello el impacto de la publicación de sus dos
primeros volúmenes en Noruega. Su tío Gunnar no acepta la narración
de los hechos, la muerte del padre en casa de su madre. Le anuncia
que lo va a demandar. El uso de ello que hacen los periódicos. El
escritor dice sentirse mal por ello pero no renuncia a su proyecto.
La segunda parte, titulada El nombre y el número, es un
extenso ensayo donde reflexiona sobre el valor de lo que escribe y lo
relaciona con la historia europea reciente. Lo comento aparte. En el
tercero vuelve a la narración. En ella la depresión de Linda, su
hospitalización, va convirtiéndose en protagonista para acabar
exhausto y con la idea de que ya lo ha contado todo y por tanto no
tiene sentido seguir escribiendo. Y por entremedio muchas reflexiones
sobre el arte de escribir, la poética de la literatura, siguiendo
los pasos de Holderlin, de Kafka, de Shakespeare, de Cervantes, de
Hamsun y la literatura noruega, sobre la realidad de la vida y cómo
contarla, sobre el yo y el nosotros, sobre el sentido, sobre todo
aquello que cualquier hombre se pregunta.
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