miércoles, 7 de agosto de 2019

Matar al padre



Mar Coll, directora y guionista de esta miniserie (4 capítulos, cada uno un salto temporal entre 1996 y 2012, en Barcelona) resuelve la posible tragedia en comedia. ¿Es la vida una comedia? No sé cuál es la realidad de Mar Coll, aunque por lo que he visto de ella, dos buenas películas (Tres días con su familia y Todos queremos lo mejor para ella) y esta serie, las tres con la familia como tema de fondo, parece que se inspira en lo real, siendo esto no el mundo que existe sin que nosotros podamos abarcarlo sino el mundo que vemos y con el que interactuamos. Dirige la mirada hacia el padre, una mirada de hija y de mujer, por tanto un mundo restringido a esa mirada. Si fuese el padre quien contase la historia su mundo sería diferente. Hoy mismo, mientras me tomaba un café bajo un cielo encapotado de humedad, negro cielo chorreante de sudor, en otra mesa otro hombre hablaba con uno más mayor que él (¿su padre?). Le decía: Lo más importante de cada uno nadie lo sabe. Las cosas más importantes de la vida tuya se van al cementerio, ¿sí o no? El hombre mayor apenas respondía con gestos, quizá porque el habla ya no transmitía con fidelidad el pensamiento.

En la vida del padre de Mar Coll, de su serie, hay tres momentos, dos breves y en medio la larga meseta de la vida. El primero cuando como hijo asiste y pone fin a la vida de su padre. El último cuando se convierte en abuelo. En medio la larga temporada de la angustia. ¿Es así la vida de todo hombre? Angustia por el fluir de su insignificante vida, angustia por el destino incontrolable de la vida de sus dos hijos, el débil tomás y la más fuerte y contestona Valeria. Para algunos la conciencia de insignificancia se convierte en drama y unas pocas veces en tragedia. Para la mayoría, entre ellos Mar Coll y su personaje, es una comedia con muy pocas risas. Ese padre llena su vida de rutinas y de un proyecto sin fin, también de normas, presiones, consejos cada vez menos influyentes, si alguna vez lo son, para encauzar la vida de sus hijos. La naturaleza de que estamos hechos tuerce el destino que querríamos encauzar y la historia del mundo que se nos escapa hace inútil cualquier esfuerzo de previsión.




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