martes, 6 de agosto de 2019

Lucía




Hoy cumple un año. Me lo recuerda la agenda del móvil que al mismo tiempo me dice dónde estaba yo hace un año cuando ella nació. Ahora estoy con ella y todos pensamos en regalos. Yo creo que no son necesarios pero sus padres y sus otros abuelos creen que sí. Le compro unos zapatitos ahora que comienza a afirmar sus pies en el suelo. Alza las manos para que se las coja y la sostenga mientras adopta una postura vertical o cuando está en el sofá para bajar o en la cuna para que la alce. Aunque lo que más le gusta es gatear por cualquier superficie a su alcance. Tocarlo todo, coger los objetos y tirarlos, desplazarlos a los lados, volver a ellos y volverlos a tirar. Prorrumpe en una catarata de sonidos cuando descubre algo que le gusta o reconoce, algo que le ha hecho gracia en otra ocasión. Ahora es una pelota con salientes redondeados que utiliza en la piscina. Agita sus brazos, parece que vaya a sacar los ojos de sus órbitas, un burbujeo que sale de su garganta, que hace rebotar en su boca como un instrumento de percusión, una alegría que no se parece a nada que los adultos podamos hacer. Gratuidad. Para ella no hay tiempo, todo es instante sin pasado y sin continuidad. Exige atención ahora porque tiene hambre o sed o tiene el culito húmedo o tiene sueño. Protesta hasta ser complacida sin demora en el preciso instante en el que ha de ser satisfecha su emergencia. Pero también para el adulto que está a su lado los actos que se relacionan con ella son gratuitos, materiales, instantáneos. Satisfacerla no tiene consecuencias, se hacen por que sí. No se espera nada a cambio. Acercarle una cucharadita a la boca, alzarla sobre sus pies, darle un beso, limpiarle la caca, mecerla en los brazos se hace sin más, sin que ella tenga que dar algo a cambio, sin tener preparada una exigencia posterior como compensación. Estar pendiente de ella es cansado al final de la jornada, requiere atención y esfuerzo físico, pero nada más que eso. Pura materialidad, instante sin continuidad, acto sin moralidad. El placer se obtiene de vivir con ella cada instante gratuito, en reducir el pensamiento a emoción primaria, a mero acto despojado de trascendencia.

Me descubro entonando su idioma gutural, repitiendo sin cesar su silabeo lleno de aes, construyendo un lenguaje sin aparente significado pero cuyo ritmo me conecta con ella. Ella inicia una cadena de sonidos y yo los repito o ella enlaza con los míos en una cadena sin fin. Solo cuando ella me mira con su mirada sin fondo, neutra, transparente me desarma y pierdo mi yo de niño recién recuperado para quedarme ignorante sin saber cómo reaccionar o iniciando una risa o un balbuceo en los que no me reconozco porque no consigo del todo borrar mi máscara de adulto resabiado lleno de complejos.

Estamos en el parque de los caminitos como le llama su hermano. Vamos ahí a menudo porque ahí él encuentra amiguitos. Cuando ella despierta, le doy ese recipiente de plástico que contiene fruta batida y que ella absorbe rápidamente. Luego la pongo sobre una mesa. Gatea, toca la superficie con sus deditos, los listones de madera, los espacios vacíos, hasta que se cansa y tengo que ponerle objetos para que los toque y los descubra con la boca. La boca es su principal fuente de conocimiento. Todo se lo lleva a la boca tras tocarlo, busca texturas, sabores, colores. Pero si siente la voz de un niño lo deja todo, mira y se agita en su dirección, como hace su hermano con los de su edad. Los adultos desaparecen de su campo de atención, me rechaza a manotazos, protesta si se le impido la aproximación.

La materialidad de las cosas no siempre es placentera. Puede ser agotadora. Pocas cosas tan relajantes y terapéuticas como el sueño que la va venciendo en mis brazos, su carita contra los latidos de mi corazón. Si consigo que se duerma puedo yo también dormir en paz, pero no siempre es así. A veces el sueño no le llega y no sirven las canciones ni la música ni el balanceo, se agota mi paciencia pero no puedo protestar porque no hay una conciencia exigente detrás sino naturaleza sin pulir, una mujer sin hacer, sin obligaciones, deberes o responsabilidades.


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