lunes, 5 de agosto de 2019

Fuga en Dannemora




Mira, detén la mirada en las cosas, en la gente que camina, que compra en Mercadona o en el Lidl, que pasea a sus perros. Detén la mirada. El mundo existe sin ti pero cuando miras le das sentido. Es más feo de lo que imaginas cuando piensas sin mirarlo, de lo que te ofrecen las películas y las series y las novelas por más que a veces estas presenten un mundo malo y duro. Si miras el mundo es más feo y malo que todo eso. Solo algunas veces descubres un diamante. Pensamos en abstracto, reduciendo, simplificando, generalizando, si miramos topamos con lo concreto, con lo realmente existente.

Fuga en Dannemora es una serie de intriga carcelaria. Dos presos de larga condena, no nos lo dicen pero parece que perpetua, preparan la fuga. Para ello se valen de los medios a su alcance, de la debilidad de los carceleros y de los cuidadores, entre ellos una mujer cuyo punto flaco es la pulsión sexual que no controla. Solo en el capítulo cinco de los ocho nos enteramos de la magnitud de sus delitos, de la razón de su condena, mientras tanto nos caen simpáticos, queremos que tengan éxito en su empresa. Una vez leí que alguien sostenía que la obligación de todo preso es escaparse. Ese planteamiento es el que hace que el espectador o el lector empatice con el protagonista de lo que lee o de lo que ve. Es difícil luchar contra eso. Un narrador virtuoso, un buen guionista o director nos tiene en sus manos, puede hacer con nosotros lo que quiera, que nos pongamos de parte de los malvados, de los corruptos, de las ideas malas. Lo saben los guionistas de las campañas electorales, los directores de informativos, los mitineros, los articulistas de opinión, los tertulianos, todos ellos gente de poco fiar, siervos de los políticos a quienes deben su transitorio puesto. Nuestra mente flaquea continuamente. También Ben Stiller, el director de esta miniserie lo sabe, pero Ben Stiller juega limpio, sabe del proceso de identificación con los protagonistas, pero si al principio hace que miremos con simpatía acaba descubriéndonos la verdadera naturaleza de esos individuos cuyo peripecia seguimos.

Pero los guionistas y Ben Stiller también han detenido la mirada en la realidad. Ese es el segundo valor de esta serie. Han visto a los personajes reales del suceso, a los convictos, a la supervisora del taller de confección en que trabajan los presos, a su marido, a los carceleros y a los otros presos. Un mundo sin glamour, feo, gente vulgar crecida en restaurantes de comida rápida, alimentados con programas atroces en las televisiones, con una sensibilidad que nadie ha educado, gente común por lo demás, el tejido más común de la sociedad. Hombres gordos, desmadejados, torpes en su manera de hablar y conducirse, débiles, incapaces de dominar sus sentimientos. Ese hombre que no suele salir en las películas y en las series. Gran mérito tienen también los actores en dar forma a ese naturalismo, Patricia Arquette por encima de todos, irreconocible, merecidamente premiada.


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