Mira,
detén la mirada en las cosas, en la gente que camina, que compra en
Mercadona o en el Lidl, que
pasea a sus perros. Detén la
mirada. El mundo existe sin ti pero cuando miras le das sentido. Es
más feo de lo que imaginas cuando piensas sin mirarlo, de lo que te
ofrecen las películas y las series y las novelas por más que a
veces estas presenten un mundo malo y duro. Si miras el mundo es más
feo y malo que todo eso. Solo
algunas veces descubres un diamante. Pensamos
en abstracto, reduciendo, simplificando, generalizando, si miramos
topamos con lo concreto, con lo realmente existente.
Fuga
en Dannemora es una serie de
intriga carcelaria. Dos presos de larga condena, no nos lo dicen pero
parece que perpetua, preparan la fuga. Para ello se valen de los
medios a su alcance, de
la debilidad de los carceleros y de los cuidadores, entre ellos una
mujer cuyo punto flaco
es la pulsión sexual que no
controla. Solo
en el capítulo cinco de los ocho nos enteramos de la magnitud de sus
delitos, de la razón de su condena, mientras tanto nos caen
simpáticos, queremos que tengan éxito en su empresa. Una vez leí
que
alguien sostenía que la obligación de todo preso es escaparse. Ese
planteamiento es el que hace que el espectador o el lector empatice
con el protagonista de lo que lee o de lo que ve. Es difícil luchar
contra eso. Un narrador virtuoso, un buen guionista o director nos
tiene en sus manos, puede hacer con nosotros lo que quiera, que nos
pongamos de parte de los malvados, de los corruptos, de las
ideas malas. Lo saben los guionistas de las campañas electorales,
los
directores de informativos, los mitineros, los articulistas de
opinión, los tertulianos,
todos ellos gente de poco fiar, siervos
de los políticos a quienes deben su transitorio puesto.
Nuestra mente flaquea continuamente. También Ben Stiller, el
director de esta miniserie lo
sabe, pero Ben Stiller juega
limpio, sabe del proceso de identificación con los protagonistas,
pero si al principio hace que
miremos con simpatía acaba
descubriéndonos
la verdadera naturaleza de
esos individuos cuyo
peripecia seguimos.
Pero
los guionistas y Ben Stiller también han detenido la mirada en la
realidad. Ese es el segundo
valor de esta serie. Han
visto a los personajes reales del suceso, a los convictos, a la
supervisora del taller de confección en que trabajan los presos, a
su marido, a los carceleros y a los otros presos. Un mundo sin
glamour, feo, gente vulgar
crecida en restaurantes de comida rápida, alimentados con programas
atroces en las televisiones, con una sensibilidad que nadie ha
educado, gente común por lo demás, el tejido más común de la
sociedad. Hombres gordos,
desmadejados, torpes en su manera de hablar y conducirse, débiles,
incapaces de dominar sus sentimientos.
Ese hombre que no
suele salir en las películas y en las series. Gran mérito tienen
también
los actores en dar forma a ese
naturalismo, Patricia Arquette por
encima de todos,
irreconocible, merecidamente premiada.
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