“Lo único que ha permanecido de todos esos miles de días que pasé en esa pequeña ciudad del oeste de calles estrechas, relucientes de lluvia, son unos cuantos sucesos y un montón de estados de ánimo”.
En
los momentos más intensos Knausgard tiene la cualidad de atrapar el
instante, lo que es difícil que aparezca en una novela convencional.
La descripción detallada de las cosas, la atmósfera en la que
discurre el suceso, nunca está de más, a veces es lo que justifica
la selección de ese relato en concreto. En la vida de una persona
hay miles de pequeños sucesos, cada uno susceptible de convertirse
en historia, como esa idea de que el universo es el despliegue de una
posibilidad entre muchas en los puntos de intersección de una vida.
Es el punto de vista lo que lo hace significativo. En los detalles
añadidos, el sol o la lluvia, unos escalones que descienden, los
edificios cambiantes que se suceden, es donde se vierte el estado de
ánimo, la muerte de un mundo y el nacimiento de otro. En la
exhaustividad de Knausgard, podría ser mayor, podría ser menor, es
donde se palpa la angustia del hombre contemporáneo por arrancarle
sentido a la sucesión. Hay miles de instantes perdidos en la vida de
un hombre, unos pocos parecen decir algo. En la criba de Knausgard
hay de los unos y de los otros, muchas páginas parecen sobrar pero
para su proyecto son necesarias. La conciencia de lo significativo
está en la mirada sobre las cosas, al modo de Cezanne es una
pulsación, el tono de la luz o del color, la huella
de la lluvia, un reflejo en el suelo o en una cristalera.
Knausgard
es adictivo, al menos para mí. Voy pasando las páginas de su enorme
novela -700página- y quiero más, que no se acabe nunca. Creo que es
porque me identifico con él, con sus deseos, con sus frustraciones,
con su timidez, con su manera de relacionarse con los demás. En ese
océano de frases que son los seis volúmenes de Mi lucha él
es el protagonista, todo gira en torno a él. Podría pensarse que es
un monumento al egotismo pero lo que refleja es la experiencia de un
hombre de ahora mismo, la vida fragmentada, incompleta de un hombre,
cualquiera de nosotros, un hombre occidental, de clase media,
medianamente culto, que no halla el modo de estar en sosiego, que no
busca los resortes de la felicidad pero que querría zambullirse en
ella aunque sabe que es imposible, aunque de vez en cuando,
brevemente, caen sobre él momentos placenteros, en el abrazo con una
mujer, en la lectura de una página de un escritor, en una
conversación. El personaje que describe en esta entrega es un
muchacho que va de los veinte a los treinta años, tiene la escritura
en la cabeza, el mundo que se abre ante él es una gran página que
quiere escribir, el aprendizaje le resulta doloroso, le hace sufrir:
estudiar, trabajar, amar, vive en apartamentos de alquiler, se
emborracha a menudo, algo que parece habitual en los países
nórdicos. Describe con precisión casi puntillista los escenarios
pero el objeto de estudio es el único protagonista del libro, él
mismo.
Además
la narración necesita esos largos momentos descriptivos, ese
deambular sin pausa por el eje longitudinal de la vida para que
cuando llegue el momento decisivo la intensidad, la condensación
obre en la mente del lector la emoción de la identificación. Ese
momento decisivo, quizá en los años a los que Knausgard se refiere
en este libro, quizá a lo largo de toda la vida, es el amor. La vida
no es otra cosa que la espera ansiosa a que ese momento se presente,
todos esperamos el momento que nos transforme que nos haga mirar el
mundo de otro modo. Por eso el narrador explora los años de la
juventud dorada, prueba a enamorarse, tantea impulsado el furor hormonal, anda perdido entre el trabajo, el estudio y los días vacíos, sin
decidirse, hasta que conoce a Tonje. Es su caída del caballo, describe con todo detalle durante muchas páginas sus sentimientos,
sus dudas, el estado de exaltación, los miedos y frustraciones hasta
que por fin la abraza.
Cada
uno de los volúmenes de Mi lucha (3.600 páginas) funciona
como una novela independiente. En esta quinta entrega los temas son
Bergen, la ciudad donde se instala el autor entre 1988 y 2002, sus
encuentros con el amor, hasta dar con su primera mujer, Tonje, y la
escritura. A la primera, esa ciudad de origen medieval, universitaria
y luminosa, la describe con detalle a lo largo del libro, es como un
personaje más. El amor para el narrador es una pasión sin descanso
que exige la fidelidad que él es incapaz de ofrecer, pasa por el mal
trago de que su hermano le levante la novia, vive con una mujer y
después con otra, Tonje, a la que jura que nunca, nunca abandonará,
pero a quien es infiel, lo que le sume en la desolación y la culpa: “un ser
perverso, que hacía las peores cosas”. La escritura es la que más
páginas le ocupa. Se apunta a una escuela de escritura, lee sin
cesar, comenta lo que va leyendo con sus amigos escritores, se
encierra en diversos lugares para escribir miles de páginas, vive la
frustración de no dar con la manera propia de escribir, de ver como
sus amigos publican y él no, estudia y deja de estudiar, trabaja en
diversos oficios, entre ellos de asistente en un centro de enfermos
psíquicos, vuelve a contar su distante relación con el padre y otra
vez su muerte, alcoholizado junto a la abuela alcoholizada, donde el
ritmo de la narración se acompasa al friega que te friega de la
“horrible casa” donde murió, como ya hiciera en la primera
entrega. En esta comprendemos el porqué de los detalles, el deseo de
contarlo todo, el difícil, desesperado intento de dar sentido a los
miles de momentos perdidos en el momento en que nacen, porque todo
eso da forma a la relación entre las personas, a la propia vida. Esa
es la forma que Knausgard estaba buscando para escribir, lo que da
sentido al conjunto de Mi lucha.
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