martes, 20 de agosto de 2019

Érase una vez en... Hollywood



Se cumplen 50 años de la matanza de Cielo Drive, la urbanización de lujo donde vivían Polanski, Sharon Tate y otros famosos de Hollywood, organizada por la familia de Charles Manson. Un acontecimiento de época que afectó a nuestra comprensión de la realidad: los hippies, representados por aquellas chicas adolescentes que supimos vivían en el viejo rancho destartalado, sucio, cochambroso que había servido de plató de rodaje para series de tv y donde tenía la casa la familia Manson y el mundo glamuroso de las películas, actores y productores y aspirantes con sexo, drogas y rock and roll. La realidad material cuando topamos con ella siempre oscurece a la fabricada por la imaginación. Como no podía ser de otro modo, la conmemoración redonda de los 50 años, agosto de 1969, incita a hacer caja. Editoriales y productoras se han puesto manos a la obra. De la avalancha, destaco tres, lo que leído y visto: Las chicas, la primera novela de Emma Cline, pone el punto de vista en las adolescentes que entraron en la secta, la segunda temporada de Mindhunter (Netflix), en el estudio de la personalidad psicopática de Charles Manson y otros protagonistas del suceso y la película que ahora comento, al estilo Tarantino, se centra en la atmósfera de la época.

La película me recuerda el formato Todd-AO de la época, un formato panorámico de 70 mm con sonido estereofónico que creaba un ambiente novedoso en las salas, espectacular, es decir, cine de entretenimiento puro. Eso es Tarantino. La película dura casi tres horas pero es absorbente, no decae ni un instante. Tenemos la época, el hippismo, las sectas religiosas, la música como un protagonista de principio a fin de la película, el claroscuro de los habitantes del mundo hollywood, los rodajes en los estudios, las series que se pasaban entonces en televisión, los protagonistas reales del suceso y luego la invención de Tarantino, porque junto a la realidad material Tarantino, como acostumbra, pone a trabajar su imaginación. El resultado es un fresco de época muy entretenido. No se puede decir que haya una historia bien trabada, sino un conjunto de escenas, o secuencias, cada una con sentido propio, diseñada para lucir por sí mismas, que se van sucediendo hasta la traca final tan propia del autor. El trabajo está concebido como en la época dorada de Hollywood, es decir, todos los artesanos del equipo trabajando para que cada escena, cada plano, sea resultón: la escenografía, el vestuario, la música y sobre todo la actuación. Aunque todos los actores, numerosos, están espléndidos, desde Al Pacino a Bruce Dern, hay que destacar por encima de todos a Leonardo DiCaprio, no sé si en la actualidad hay alguno que esté a su nivel, desdoblándose en la misma escena, haciendo de villano y actor deprimido a la vez. No se trata por tanto de un estudio sociológico o documental de aquellos años, aunque hay guiños al espectador para que reconozca la negrura bajo el brillo, sino de puro disfrute. Tarantino lo ha vuelto a conseguir.

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