Se
cumplen 50 años de la matanza de Cielo Drive, la urbanización de
lujo donde vivían Polanski, Sharon Tate y otros famosos de
Hollywood, organizada por la familia de Charles
Manson. Un acontecimiento de época que afectó a nuestra comprensión
de la realidad: los hippies, representados por aquellas chicas
adolescentes que supimos vivían en el viejo rancho destartalado,
sucio, cochambroso que había servido de plató de rodaje para series
de tv y donde tenía la casa la familia Manson y el mundo glamuroso
de las películas, actores y productores y aspirantes con sexo,
drogas y rock and roll. La realidad material cuando topamos con ella
siempre oscurece a la fabricada por la imaginación. Como no podía
ser de otro modo, la conmemoración redonda de los 50 años, agosto
de 1969, incita a hacer caja. Editoriales y productoras se han puesto
manos a la obra. De la avalancha, destaco tres, lo que leído y
visto: Las chicas, la primera novela de Emma Cline, pone el
punto de vista en las adolescentes que entraron en la secta, la
segunda temporada de Mindhunter (Netflix), en el estudio de la
personalidad psicopática de Charles Manson y otros protagonistas
del suceso y la película que ahora comento, al estilo Tarantino, se
centra en la atmósfera de la época.
La
película me recuerda el formato Todd-AO de la época, un formato panorámico de 70 mm con sonido estereofónico que creaba un
ambiente novedoso en las salas, espectacular, es decir, cine de
entretenimiento puro. Eso es Tarantino. La película dura casi tres
horas pero es absorbente, no decae ni un instante. Tenemos la época,
el hippismo, las sectas religiosas, la música como un protagonista
de principio a fin de la película, el claroscuro de los habitantes
del mundo hollywood, los rodajes en los estudios, las series que se
pasaban entonces en televisión, los protagonistas reales del suceso
y luego la invención de Tarantino, porque junto a la realidad
material Tarantino, como acostumbra, pone a trabajar su imaginación.
El resultado es un fresco de época muy entretenido. No se puede
decir que haya una historia bien trabada, sino un conjunto de
escenas, o secuencias, cada una con sentido propio, diseñada para
lucir por sí mismas, que se van sucediendo hasta la traca final tan
propia del autor. El trabajo está concebido como en la época dorada
de Hollywood, es decir, todos los artesanos del equipo trabajando
para que cada escena, cada plano, sea resultón: la escenografía, el
vestuario, la música y sobre todo la actuación. Aunque todos los
actores, numerosos, están espléndidos, desde Al Pacino a Bruce
Dern, hay que destacar por encima de todos a Leonardo DiCaprio, no sé
si en la actualidad hay alguno que esté a su nivel, desdoblándose
en la misma escena, haciendo de villano y actor deprimido a la vez.
No se trata por tanto de un estudio sociológico o documental de
aquellos años, aunque hay guiños al espectador para que reconozca
la negrura bajo el brillo, sino de puro disfrute. Tarantino lo ha
vuelto a conseguir.
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