Todo
el mundo tiene una voz, un acento, un vocabulario, giros,
construcciones, lo que pasa es que tendemos a adaptarnos, a hacernos
del círculo o círculos en los que nos movemos, incluso
voluntariamente ocultándola, como avergonzándonos de ella o
creyendo que es un obstáculo para nuestro medro. Aunque también
existe quién la exacerba, la magnifica o la convierte en esperpento
de extremada singularidad. Cualquiera, obviamente, puede hacer de su
capa un sayo, pasar por la vida como le tercie.
Un
escritor es un profesional y hace de su voz el carnet de su
identidad. Unos lo logran mejor que otros, aunque la mayoría son
indistinguibles. De Alejandro Zambra, escritor chileno, no conozco
más que este libro, Tema libre, que acabo de leer. Habla de
este asunto, es su tema, con voz propia, y a fe que detrás de
su escritura se nota una manera de decir propia. En el breve libro se
presenta bajo tres aspectos, como conferenciante, como escritor y
como traductor, tres maneras de decantar la propia voz. En cada una
dice algo de interés, aunque sea recogiendo palabras de otros
escritores o reflexionando sobre el hecho de escribir o presentando
el desopilante relato El amor después del amor. A mí lo que
más me ha interesado es lo que anota sobre la voz propia, la voz,
por ejemplo, que se pierde en la traducción o que el traductor gana
al pasarla a su propio idioma. Quizá dejamos de ser nosotros mismos
al perder el acento propio, del país, regional, local, idiosincrático. Zambra se pregunta por qué escribe lo que está
escribiendo. “La respuesta es bochornosamente sencilla: porque
tengo miedo. Tengo miedo de perder mi acento. Mi chileno lento. Mi e
y mi j chilenas, que son tan suaves”. Zambra escribe sin
énfasis en lo que ha ido descubriendo, quizá por ello es más
penetrante y hace que me pare a pensar en su tesis. ¿Perdemos el
propio yo al renunciar a nuestra propia voz?
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