Andan
estos días con manifiestos,
entrevistas,
editoriales
en pro de la moderación, hombres, influencers (o eso creen) y
partidos que se declaran moderados y piden moderación. La moderación
sigue contando con un inmerecido prestigio. Los firmantes son gente
cercana a los círculos del PSC o que estuvieron mandando hasta un
segundo antes del golpe. La moderación la piden en una dirección,
consideran radicales o extremistas a quienes no entran en el juego
del nacionalismo, pero a quienes han dado el golpe les piden que
vuelvan al viejo consenso socialvergente. Se comprende, porque hasta
que fueron expulsados temporalmente de los salones del poder formaron
parte de los tripartitos. Bajo la retórica del moderantismo se
esconde el deseo, y súplica, de que les permitan volver. La gran
estafa consiste en renovar el pacto a cambio de seguir excluyendo a
más de la mitad de la población. El PSC y sus subsidiados se
ofrecen como alfombras del nacionalismo en la parte no nacionalista
de Cataluña. De momento en diputaciones y ayuntamientos, ya han
preferido a los nacionalistas frente a no nacionalistas. En vez de
luchar por una renovación de las élites haciendo sitio a los que
nunca estuvieron en posiciones de gobierno, a las capas de población
ignoradas, piden la vuelta a lo de siempre: nada de bilingüismo,
políticas culturales que sigan expandiendo la conciencia nacional,
el poder compartido por una élite social y económica que sigue
siendo la misma desde los sesenta del siglo pasado. Donde el padre era gobernador civil franquista, el hijo era del PSUC o de Convergencia y el nieto de los Comunes o de la CUP.
Eso
ha sido posible gracias a lo que K.O. Knausgard llama en su última
novela la clase media cultural. Esta vota, presiona, difunde,
se manifiesta y obtiene los réditos de sus privilegios a cambio de
la exclusión de la mayor parte de la población. Profesores,
periodistas, funcionarios, millones de empleos asociados a la
Generalitat, asociaciones deportivas, culturales, de vecinos,
sindicatos, prensa, todos subvencionados, aceptan y extienden la
distorsión, el falseamiento, el mal. Duele ver a intelectuales que
acepten la versión oficial y contribuyan a su extensión por encima
de la voluntad de realidad. Erri
de Luca, Saviano, Daniel Pennac. ¿Por qué les resulta tan
difícil verlo? Tiene que ver con su propia ceguera pero también con
algo difícil de evaluar, la servidumbre de la izquierda a las
cuestiones identitarias, que falsea la realidad hasta hacer que se
transforme en izquierda reaccionaria, que dice proteger los intereses
de los humildes cuando es justo al revés. Hay una derecha
reaccionaria, pero ahora es más común que lo sea la izquierda.
Si
en el texto que sigue (Knausgard, Fin. Mi lucha 6)
sustituimos ‘Suecia’ por ‘Cataluña’ veremos cuál es la
realidad del asunto y por qué considero a la izquierda existente
(PSC, Els comuns de Ada Colau) como reaccionaria, culpables de que
buena parte de la sociedad catalana haya optado por la negrura en vez
de por la claridad, por la injusticia y la discriminación, por la
distorsión y el falseamiento, por la mentira como forma de
ordenación social.
Sobre
el dervengonzado último CIS: “Los sondeos no sirven para
detectar la opinión, sino para crearla” (Miquel Iceta tras una
rueda de prensa en la antigua sede del PSC, hace unos años).
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