viernes, 8 de marzo de 2019

Nacionalismo inverso


               Al contrario de lo que deberíamos esperar, cuando se nos abren los ojos para abarcar grandes panorámicas o cuando se nos achican para afinar la puntería, que eso es lo que sucede en nuestro tiempo con el incesante descubrimiento científico de lo más extenso y de lo diminuto, no se produce una recesión en las proclamaciones identitarias sino que parecen revivir. Proclamarse progresista antaño era ir a favor del conocimiento, de la perspectiva cosmopolita, del florecimiento de la humanidad. Era una perspectiva de gran panorámica y no restrictiva. Ahora parece que no sucede así. Es difícil que quien se define como portador de una identidad se vea como tuerto o cojo o manco, que vea cómo, a voluntad, cortocircuita su percepción. Al contrario, ahora que llega el 8M, ya no vale el kennediano, Qué puedo hacer por mi país sino Qué me debe mi país en función de mi identidad de mujer ( o de negro, o de gay, o de inmigrante, o de nativo aberzale). El manifestante de su identidad lo ve en los demás, ve la restricción mental de quien se dice religioso o de derechas incluso liberal, rápido a señalar sus tics, el reduccionismo de quien se entrega a esas identidades, compadece, cuando no reserva una porción de resentimiento si antes ha compartido en algún tiempo alguna de esas ideologías o prácticas de la que se cayó de bruces a la realidad, a sus fieles o directamente les odia como engendradores de los males del mundo. Curiosamente salva a los nacionalistas. Para algunos izquierdistas oír a un nacionalista es una epifanía. ( Aquí una visión muy distinta). En sus reflejos condicionados cualquier cosa es mejor que lo que represente a su patria, a su país, como si nombrar a España fuese resucitar a Franco. Nada ha cambiado para ellos desde que 2000 kilos de granito cayeran sobre el cadáver del dictador. Nacionalismo inverso podríamos decir, una realidad en negativo. Ya lo decía Joaquín Bartrina ”Oyendo hablar a un hombre (...) si habla mal de España, es español”. Y pretenden gobernar. Pues bien, muchos progresistas, en días como hoy, salen raudos, allí donde pueden, a proclamarse de izquierdas, como un salvoconducto hacia la bondad y el camino recto. No hace falta que se digan en posesión de la verdad, como tampoco decirse de izquierdas cada día, solo en los señalados y fiestas de guardar, porque es algo tan evidente que es como señalar al sol cada mañana. El periódico de hoy está lleno de gente que se dice de izquierdas. Qué triste ver a un escritor dotado proclamarse como tal, quizá sea necesario para poder entregar una columna semanal en el antaño periódico más representativo, pero le es exigible que cuando pergeña un libro sea fiel al tema del libro, a nada más. Nada objeto a que sea de izquierdas en la intimidad.


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