jueves, 7 de febrero de 2019

Verdad y belleza



                 Fue Keats quien escribió: "La belleza es verdad, la verdad, belleza. Es todo lo que sabes en la tierra y todo lo que necesitas saber". Bien está, en una frase bella, contundente, definitiva. Los físicos actuales suelen decir frases como esas, hablan de la belleza de sus ecuaciones, de sus modelos cosmológicos, como si en ellos estuviese contenida la verdad del universo. Los románticos, Byron, Shelley, Keats miraban el mundo como narcisos, esperaban, como el sol reflejado en la nieve, deslumbrar a su auditorio. Por eso murieron jóvenes, no hubiesen soportado ver aparecer en su rostro la primera arruga. Mary Shelly, al menos, afinó un poco más su mirada y vio el detalle de las panorámicas que ofrecía la belleza: había monstruos. Algo se había torcido en la creación. Seres jorobados y enclenques (ese acompañante del doctor en El jovencito Frankenstein), enfermos y desvalidos, una humanidad abatida. Mary Shelley, como sobrevivió a sus amigos románticos, pudo constatar que los poetas también mueren. Quizá las ecuaciones de los físicos, las pinturas de Friedrich o los versos de Byron no nos digan toda la verdad.


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