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Verdad y belleza
Fue
Keats quien escribió: "La belleza es verdad, la verdad,
belleza. Es todo lo que sabes en la tierra y todo lo que necesitas
saber". Bien está, en una frase bella, contundente, definitiva.
Los físicos actuales suelen decir frases como esas, hablan de la
belleza de sus ecuaciones, de sus modelos cosmológicos, como si en
ellos estuviese contenida la verdad del universo. Los románticos,
Byron, Shelley, Keats miraban el mundo como narcisos, esperaban, como
el sol reflejado en la nieve, deslumbrar a su auditorio. Por eso
murieron jóvenes, no hubiesen soportado ver aparecer en su rostro la
primera arruga. Mary Shelly, al menos, afinó un poco más su mirada
y vio el detalle de las panorámicas que ofrecía la belleza: había
monstruos. Algo se había torcido en la creación. Seres jorobados y
enclenques (ese acompañante del doctor en El jovencito
Frankenstein), enfermos y desvalidos, una humanidad abatida. Mary Shelley, como sobrevivió
a sus amigos románticos, pudo constatar que los poetas también
mueren. Quizá las ecuaciones de los físicos, las pinturas de
Friedrich o los versos de Byron no nos digan toda la verdad.
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