martes, 5 de febrero de 2019

A contraluz, de Rachel Cusk



"Y me parece —le dijo a Elena— que la historia de Konstantin es, en realidad, una historia sobre el asco, el asco que siempre, de forma indeleble, existirá entre hombres y mujeres y que siempre tratas de purgar con eso que tú denominas franqueza. En cuanto dejas de ser franca, ves una mancha y te sientes obligada a admitir la imperfección, y lo único que quieres es escapar y esconderte, avergonzada".

         Comencé a leer a Rachel Cusk por el final, por el tercer libro de su trilogía, Prestigio. Descubrí a una gran autora. Lo mejor que he leído en el 2018 han sido mujeres. Otro día lo comento. Lo primero que llama la atención de Cusk es su originalidad. De momento solo conozco dos y solo de ellas puedo hablar. Sus novelas son como viajes, recorridos por la geografía humana, sale de su guarida, allí donde vive con sus hijos y hace la vida normal, Londres, y viaja a algún lugar, a participar en un congreso o a dar unas clases magistrales. Por el camino se encentra con gente y habla con ella. Y todo el mundo está dispuesto a contarle una historia. Aparentemente no hay un único relato que vertebre la novela, puesto que son historias sucesivas las que se cuentan, sin embargo sí que hay algo que las unifica. Primero la forma dialogada. Las descripciones son mínimas, pero importantes, con inteligencia selecciona los pocos detalles significativos, pero son los diálogos que a menudo son monólogos los que cuentan lo decisivo. Y en segundo lugar, aunque aparecen algunos hombres, estos siempre lo hacen en negativo, como contraste, porque lo que Rachel Cusk va dibujando es la vida de la mujer en estos inicios de siglo, mujeres en general separadas, con hijos pequeños, con profesiones líquidas frente a los empleos sólidos, fijos, importantes de los hombres. El capítulo que mejor define lo que la autora quiere describir es el último de este primer libro de la trilogía que acabo de leer, A contraluz. Cuando la narradora está apunto de volver a casa, tras un periplo por Atenas, aparece una mujer que va a ocupar su lugar en el apartamento que ella deja. Es una mujer que parece haber perdido su lugar en el mundo después de que su marido la haya dejado por otra mujer más joven. Es autora de obras de teatro, aunque ahora cree que ya no escribirá ninguna más. La vida con su marido la magnetizaba, la situaba en el mundo. Ahora está perdida. En el viaje de Londres a Atenas ha conversado con su compañero de viaje, una situación que se repite en las historias de Rachel Cusk. Hablando con él o, mejor, escuchándolo, se veía, a contraluz, como el negativo de lo que él le contaba, un diplomático con dominio de muchas lenguas, felizmente casado, con hijos y con la brújula correctamente orientada. La vida de las mujeres ha alcanzado sentido en su posición rotatoria con respecto a los hombres, ahora todo ha cambiado. Se han independizado y andan buscando su posición en el mundo. De eso tratan las novelas de Rachel Cusk.

         Pero no solo de eso, aunque ese sea el norte polar que dirige su escritura. Por el camino, las mujeres siguen relacionándose con hombres y contando a otras mujeres lo que les ha sucedido. La propia narradora tiene su propia historia, la que ha dejado en Londres, los problemas con sus hijos o una hipoteca difícil de renovar, pero también la historia de este viaje, donde conoce a un griego, griego de corazón, inglés en las maneras, en el asiento de al lado del avión. El hombre le relata una larga historia de tres matrimonios, tres rupturas y un empobrecimiento relacionado con ellas. La narradora escucha y luego acepta acompañarlo a una salida al mar en el barco de su ‘vecino de vuelo’, que es como nos lo presenta todo el rato. La perspectiva sobre los hombres en las novelas de Rachel Cusk no suele ser positiva, la de este en concreto es reticente, al principio, no creyendo del todo lo que le cuenta y negativa después, antes de que intente abrazarla y besarla en la segunda salida al mar. La descripción que hace del hombre, adornado con piezas de oro, y del asalto lo presenta como un ave rapaz que se abalanza sobre ella, donde el olor, el tacto o la visión se hacen repugnantes. Ese hombre parece que solo tenga un objetivo, atrapar y coleccionar mujeres y si le cuenta su historia a la narradora es con ese objetivo en mente. Cuando la narradora le hace saber con su actitud, no de forma directa, que no va a ceder a sus pretensiones lo muestra con una roja navaja suiza, abriendo y cerrando las cuchillas de acero. Aún así, él no se dará por vencido, le enviará mensajes e incluso aunque ella no contesta le hace una llamada de teléfono cuando el libro se está cerrando.

          Por el medio hay un montón de relatos de amigos y amigas y también de los alumnos de las clases que la narradora ha ido a impartir a Atenas que le van contando. Distintas formas de tratarse y de convivir, distintas formas de incomprensión. Hombres y mujeres giran en un baile permanente alrededor del otro, con el hombre en el eje de rotación. Y después hombres sin lugar en el que enraizar, como Ryan un irlandés fuera de lugar en América y en su propio país, o Clalia, la dueña del apartamento en el que se hospeda la narradora, solitaria, abandonada por el amor, construyendo un mundo de rutinas y de espacios con significado vacío. Como Konstantin al que Elena admira hasta que le oye una frase al vuelo en una conversación que ella no debía haber oído. A partir de entonces las cosas no vuelven a ser iguales, la confianza ha quebrado y ya serán criaturas al acecho, listas para la ruptura o para una vida en común insincera.
Le contesté que dudaba que, en el matrimonio, fuera posible saber qué eres de verdad o incluso separar lo que eres de aquello en lo que te has convertido por la otra persona. La idea del yo «auténtico» podía ser engañosa: podías creer, en otras palabras, que tu interior albergaba un yo autónomo e independiente, pero era posible que, en realidad, ese yo no existiera”. (La narradora)
Esos papeles de la vida que nos asfixian —continuó Angeliki— suelen ser proyecciones de los deseos de nuestros padres. La de esposa y la de madre, por ejemplo, es una existencia a la que solemos lanzarnos sin hacernos preguntas, como empujadas por algo ajeno a nosotras; la creatividad de una mujer, entretanto, algo en lo que ella no cree y que siempre sacrifica en aras de otras cosas, cuando ni se le pasaría por la cabeza sacrificar los intereses de su marido o de su hijo, por ejemplo, nace de sus propias ideas, de su propia compulsión interna”. (Angeliki, una amiga griega)
Y, de repente, me asaltó una sensación absolutamente extraordinaria: la existencia como dolor secreto, como tormento interior imposible de compartir con los demás, que te pedían que te ocuparas de ellos y, a la vez, hicieras caso omiso de lo que sucedía en tu fuero interno, como la sirena del cuento, caminando sobre cuchillos que nadie más puede ver”. (Penélope, una alumna. Historia perro Mimi).



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