—Pero yo no quiero comodidades. Yo quiero a Dios, yo quiero la poesía, yo quiero peligro real, yo quiero la bondad. Yo quiero el pecado.
—Efectivamente —dijo Mustafá Mond—, usted reclama el derecho a ser desgraciado.
—Muy bien, de acuerdo —dijo el Salvaje, en tono desafiante—, reclamo el derecho a ser desgraciado.
—Por no hablar del derecho a envejecer, a volverse feo e impotente, del derecho a tener sífilis y cáncer, del derecho a pasar hambre, del derecho a ser piojoso, del derecho a vivir en el temor constante de lo que pueda ocurrir mañana; del derecho a pillar un tifus; del derecho a ser acribillado por los más horribles tormentos.
Siguió un largo silencio.
—Reclamo todos estos derechos —concluyó el Salvaje.
Mustafá Mond se encogió de hombros.
—Quedan todos a su disposición —dijo.
(El mundo feliz, de Aldous Huxley)
Bonito
dilema el que plantea Luisgé Martín en El mundo feliz.
¿Shakespeare o la felicidad? Qué queremos la belleza como excepción
o el aburrido mundo del bienestar. ¿La poesía o la enfermedad? Las
metáforas que nos muestran el arte o la literatura para nuestro
disfrute nacen del sufrimiento, del dolor que impregna la vida. Es el
desamor que nos acompaña lo que hace que nos enardezca la pasión
romántica, tan breve y misteriosa, tanto que produce infelicidad. Es
la enfermedad y la fealdad lo que hace que admiremos los cuerpos
atléticos, que vayamos al cine a contemplar cuerpos esplendorosos.
Es la muerte la que hace que soñemos con la inmortalidad. ¿Y si
pudiésemos hacer perdurable la salud, lejana la muerte,
despreocuparnos de las necesidades básicas y desatender el trabajo
como castigo necesario? Entonces los poetas se quedarían sin
inspiración porque los deseos se verían fácilmente cumplidos, los
sentimientos regulados, el malestar desmotivado. Eso sostiene Luisgé
Martín. La tecnología, la neurociencia, la biotecnología abren
ante nosotros un mundo sin necesidad, sin fealdad, sin males que no
puedan ser corregidos y acorralados. Frenta
a Un mundo feliz de Huxley,
donde el Salvaje del diálogo escoge las imperfecciones como la
esencia de lo humano, Luisgé nos muestra un mundo venidero en el que
la humanidad preferirá la otra opción. Nuestra máquina corporal
llena de imperfecciones ha generado velos, ilusiones, engaños
para enmascarar la naturaleza humana mezquina y maléfica. Hemos
dado crédito al discurso del Salvaje, hemos creído que Rousseau
estaba en lo cierto, pero para ser bondadosos hemos tenido que hacer
leyes que nos obligan a serlo. Son las leyes, las instituciones, los
comportamientos encarrilados lo que hace que la naturaleza egoísta,
agresiva, malsana sea corregida. La felicidad es un fingimiento.
Qué
feo asunto el de la felicidad, tan lleno de trampas y autoengaños.
La vida es una mier, mier, mierda, de luz y de coloooor, nos dice
Luigé Martín en El mundo feliz: “La vida es, en su
esencia, un sumidero de mierda o un acto ridículo. No nos salvan la
inteligencia ni la educación. No nos salvan tampoco la bondad, ni la
honestidad, ni la lucidez ética. Tal vez lo único que pueda
salvarnos es la mentira, el engaño. Matrix. El mundo feliz de
Huxley”. ¿O no es cierto, como le recordaban al general romano que
desfilaba celebrando un triunfo, Memento mori, ‘Ten presente
que vas a morir’, que la naturaleza humana nos condena al
sufrimiento, a la enfermedad, a la angustia, a la depresión, a la
muerte, aunque por el camino nos ofrezca momentos de alegría, de
felicidad y poesía? ¿Es pesimista Luisgé o la suya es una
advertencia vitalista? ¿Es compatible la naturaleza humana con la
felicidad? ¿Es posible un mundo feliz en que todo lo negativo
asociado a la naturaleza humana desaparezca? Lo es. La nueva
humanidad que se perfila lo asegura, pero antes, en una dura
transición, deberemos renunciar a todos los engaños que enmascaran
nuestra naturaleza, deshacernos de tópicos, de ideas falsas, como el
heroísmo, la autenticidad, la identidad, la idea de que el trabajo
dignifica o que las ilusiones de libertad, igualdad y fraternidad están al alcance de un programa político. ¿Es
preferible la libertad dolorosa o la servidumbre feliz? ¿Si ya
podemos cambiar aspectos físico fisiológicos por qué no la
conducta o elegir embriones libres de fealdad. La bondad depende de
los niveles de tiroxina y triyodotironina del organismo, así que por
qué no habríamos de usar fármacos o ingeniería genética para
corregir errores y defectos. El juicio que tengamos sobre la
naturaleza humana condicionará todo nuestro comportamiento político.
No, el Salvaje de Aldous Huxley no tenía razón, concluye Luisgé Martín, cuando los
mitos caigan, nadie podrá leer poesía sin sentir vergüenza.
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