viernes, 8 de febrero de 2019

El mundo feliz, de Luisgé Martín



Pero yo no quiero comodidades. Yo quiero a Dios, yo quiero la poesía, yo quiero peligro real, yo quiero la bondad. Yo quiero el pecado.
Efectivamente —dijo Mustafá Mond—, usted reclama el derecho a ser desgraciado.
Muy bien, de acuerdo —dijo el Salvaje, en tono desafiante—, reclamo el derecho a ser desgraciado.
Por no hablar del derecho a envejecer, a volverse feo e impotente, del derecho a tener sífilis y cáncer, del derecho a pasar hambre, del derecho a ser piojoso, del derecho a vivir en el temor constante de lo que pueda ocurrir mañana; del derecho a pillar un tifus; del derecho a ser acribillado por los más horribles tormentos.
Siguió un largo silencio.
Reclamo todos estos derechos —concluyó el Salvaje.
Mustafá Mond se encogió de hombros.
Quedan todos a su disposición —dijo.
                 (El mundo feliz, de Aldous Huxley)


        Bonito dilema el que plantea Luisgé Martín en El mundo feliz. ¿Shakespeare o la felicidad? Qué queremos la belleza como excepción o el aburrido mundo del bienestar. ¿La poesía o la enfermedad? Las metáforas que nos muestran el arte o la literatura para nuestro disfrute nacen del sufrimiento, del dolor que impregna la vida. Es el desamor que nos acompaña lo que hace que nos enardezca la pasión romántica, tan breve y misteriosa, tanto que produce infelicidad. Es la enfermedad y la fealdad lo que hace que admiremos los cuerpos atléticos, que vayamos al cine a contemplar cuerpos esplendorosos. Es la muerte la que hace que soñemos con la inmortalidad. ¿Y si pudiésemos hacer perdurable la salud, lejana la muerte, despreocuparnos de las necesidades básicas y desatender el trabajo como castigo necesario? Entonces los poetas se quedarían sin inspiración porque los deseos se verían fácilmente cumplidos, los sentimientos regulados, el malestar desmotivado. Eso sostiene Luisgé Martín. La tecnología, la neurociencia, la biotecnología abren ante nosotros un mundo sin necesidad, sin fealdad, sin males que no puedan ser corregidos y acorralados. Frenta a Un mundo feliz de Huxley, donde el Salvaje del diálogo escoge las imperfecciones como la esencia de lo humano, Luisgé nos muestra un mundo venidero en el que la humanidad preferirá la otra opción. Nuestra máquina corporal llena de imperfecciones ha generado velos, ilusiones, engaños para enmascarar la naturaleza humana mezquina y maléfica. Hemos dado crédito al discurso del Salvaje, hemos creído que Rousseau estaba en lo cierto, pero para ser bondadosos hemos tenido que hacer leyes que nos obligan a serlo. Son las leyes, las instituciones, los comportamientos encarrilados lo que hace que la naturaleza egoísta, agresiva, malsana sea corregida. La felicidad es un fingimiento.

         Qué feo asunto el de la felicidad, tan lleno de trampas y autoengaños. La vida es una mier, mier, mierda, de luz y de coloooor, nos dice Luigé Martín en El mundo feliz: “La vida es, en su esencia, un sumidero de mierda o un acto ridículo. No nos salvan la inteligencia ni la educación. No nos salvan tampoco la bondad, ni la honestidad, ni la lucidez ética. Tal vez lo único que pueda salvarnos es la mentira, el engaño. Matrix. El mundo feliz de Huxley”. ¿O no es cierto, como le recordaban al general romano que desfilaba celebrando un triunfo, Memento mori, ‘Ten presente que vas a morir’, que la naturaleza humana nos condena al sufrimiento, a la enfermedad, a la angustia, a la depresión, a la muerte, aunque por el camino nos ofrezca momentos de alegría, de felicidad y poesía? ¿Es pesimista Luisgé o la suya es una advertencia vitalista? ¿Es compatible la naturaleza humana con la felicidad? ¿Es posible un mundo feliz en que todo lo negativo asociado a la naturaleza humana desaparezca? Lo es. La nueva humanidad que se perfila lo asegura, pero antes, en una dura transición, deberemos renunciar a todos los engaños que enmascaran nuestra naturaleza, deshacernos de tópicos, de ideas falsas, como el heroísmo, la autenticidad, la identidad, la idea de que el trabajo dignifica o que las ilusiones de libertad, igualdad y fraternidad están al alcance de un programa político. ¿Es preferible la libertad dolorosa o la servidumbre feliz? ¿Si ya podemos cambiar aspectos físico fisiológicos por qué no la conducta o elegir embriones libres de fealdad. La bondad depende de los niveles de tiroxina y triyodotironina del organismo, así que por qué no habríamos de usar fármacos o ingeniería genética para corregir errores y defectos. El juicio que tengamos sobre la naturaleza humana condicionará todo nuestro comportamiento político. No, el Salvaje de Aldous Huxley no tenía razón, concluye Luisgé Martín, cuando los mitos caigan, nadie podrá leer poesía sin sentir vergüenza.


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